Revista Farmacéuticos - Nº 124 - Enero/Marzo 2016 - page 6

cristal. El perfil del rostro
equilibrado y dulce. La mirada
franca, un punto reconcentrada,
como cuando se estudian de
noche las estrellas. Me costó
tragar algunos bocados, por los
nervios, por estar pendiente de
no observarla más de la cuenta,
por un no sé qué que me entró.
Durante la comida anduvo
entre las mesas el cocinero, un
larguirucho de cuidada perilla y la punta del mandil
enganchada al cinturón. Mi amiga me informó que
el negocio lo llevaba esa pareja.
En la sobremesa ella se interesó por mi trabajo.
–¿De qué va tu próxima novela–
–Es una historia de amor. Estoy empezándola.
–¿No te cansas?
–¿De escribir o del amor?
–De que tus novelas giren todas alrededor del
amor –respondió, con una sonrisa tan simpática
como intencionada.
Miré a la camarera, luego al del mandil, por último
recordé al motero.
–El amor es como los desayunos, no existen dos
idénticos aunque por fuera lo parezcan. Cuando lo
acabe te pasaré el manuscrito para que lo revises. -
–Mientras hablaba le alcancé un cestillo con fresas
que había comprado para ella.Tomó una,
complacida. Le animé, con un guiño, a degustarla–
Me interesa mucho tu punto de vista.
–Gracias. Lo haré. Encantada, como siempre.
–Creo que te va a gustar.
–¿La novela?
–No, la fresa.
Salí de allí con la seguridad de llevar en mi cabeza
el cincuenta por ciento de la documentación para
mi historia.
Una mañana empecé a entrenar más temprano de
lo habitual. Desde cierta distancia vi a la chica
apearse del vehículo y fijar con cinta adhesiva un
papel en el tronco del naranjo. Después se marchó
al volante para enseguida perderse por el laberinto
de calles de la urbanización. Continué mi carrera y
a los pocos minutos la moto con el hombre me
adelantó a baja velocidad. Miraba a todas partes,
inquieto, como buscando algo o a alguien. Dado el
tiempo transcurrido y por la dirección que llevaba,
era lógico suponer que venía de leer la nota y que,
por la razón que fuera, trataba de dar con su
compañera. Cuando en la segunda vuelta llegué a la
altura del naranjo casi piso el papel, arrugado en el
suelo.
Cometí la indiscreción de leerlo. Una despedida
rotunda e inapelable. Lo deposité
al pie del árbol como quien
deposita flores en el
monumento al Soldado
Desconocido.Al terminar el
entrenamiento, de regreso a
mi casa, me encontré de frente
con el coche de ella, medio
oculto en una calle discreta. La
joven tenía el semblante paralizado,
de una tristeza desplomada. Los
operarios municipales estaban barriendo a esa
hora las calles, así que la despedida debió de ir a
parar al capazo de la basura. Entonces yo me
sorprendí pensando en cómo los retales de
felicidad siempre vuelan con más pena que gloria
hacia el pozo hermético del olvido.
El sábado de esa misma semana fui a comer al
restaurante. Sólo.Al abonar mi cuenta a la
camarera, deslicé en la bandeja un sobre con una
nota manuscrita. «Algunas veces un amor puede
decepcionar, la buena compañía jamás. Cualquier
persona lúcida daría media vida por desayunar
como vosotros». Caminando hasta mi coche y a
través del ventanal la vi meter con disimulo la nota
dentro de su bolsillo. Cuando salió presurosa a
buscarme, yo alcanzaba la primera curva de la
carretera.
Estos días me ocupo de las últimas correcciones
de la novela. He viajado por el corazón de unos
personajes que saben de secretos, de parpadeos
instintivos y de galletas mojadas en café, en una
suerte de safari a la busca y captura de
sentimientos ajenos. Intenté aprehender por
sorpresa algunos de tales sentimientos, sobre todo
de los que no pueden exteriorizarse.Al principio
los así con fuerza para que no se me escaparan, si
bien finalmente dejé en libertad a la mayoría. Que
vuelen a su aire, sin apropiármelos para
condenarlos a quedar para siempre disecados en
las páginas de un libro. En esta novela he escrito
poco de amores concretos y mucho entre líneas.
No obstante, es probable que a mi amiga escritora
la historia le parezca similar a otras. Que le aburra
y me lo confiese, siempre ha sido sincera en sus
valoraciones. Entonces no tendré más remedio que
volver a invitarla a fresas.
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