Pliegos de Rebotica - Nº 114 - julio/septiembre 2013 - page 30

se va propagando por todas partes, para ver si
muere ella o yo porque uno de los dos debe dejar
de existir”. Al parecer lo dijo tal aire de
indiferencia y desprecio que hicieron concebir al
amigo el temor de que tuviese la intención de
deshacerse de su mujer.
En la puerta de su casa, el 29 de julio de 1861 y
en presencia de sus hijas, Carlota murió de una
cuchillada que le asestó, aparentemente sin
motivo, Eugenio López Montero.
No tardó en ser detenido, pero ¿cuál era el móvil?
Contaba con un cómplice, Ramón Granados, y
nadie se explicaba por qué planearon un crimen
contra una mujer a la que no conocían. Se sospechó
que eran sicarios del marido de la víctima, pero el
caso es que López Montero fue ejecutado en
garrote, su cómplice condenado a cadena perpetua
y Jerónimo Gener, el marido, absuelto.
Ocho años después de este suceso que conmovió
al pueblo de Madrid, la prensa parecía
sensibilizarse ante el hecho de que hubiera
maridos o padres que ante denuncias sin
comprobar, o simples anónimos, recluyeran en
conventos a sus mujeres o hijas. En esta ocasión
corrió la voz de que en el convento de la calle
Hortaleza había una mujer extranjera
emparedada. Se hizo eco de la noticia
El
Imparcial
y el caso podría resumirse así: En el
mes de mayo de 1868 tuvo ingreso voluntario en
la casa de corrección o
Arrepentidas
de la calle
Hortaleza una señora que por leves disgustos de
familia, y hallándose el marido ausente, convino
con éste en que entraría en dicha reclusión,
llenando todas las formalidades exigidas por el
Reglamento de la casa. Intervinieron en el ingreso
las autoridades eclesiásticas, el esposo otorgó
poder a un amigo de Madrid autorizando a su
esposa para la reclusión y por último la propia
señora solicitó su ingreso por escrito.
Once meses después de su reclusión, sin haber
recibido visita alguna de su marido, sin recibir la
manta para el invierno que le solicitó en vano,
salta la noticia de que la tienen emparedada.
La
Correspondencia de España
investiga el caso por
su cuenta y explica a sus lectores que la señora
disfruta en el convento de una habitación limpia y
soleada próxima al jardín, que está bien
alimentada y que es natural que estando el marido
tan ofendido con ella, no la envíe regalos o ropa
de abrigo ni autorice a nadie para visitarla. Dejan
claro que la señora es española con familia en
Madrid, que no está emparedada ni en cautiverio.
Lo cierto es que hasta el Gobernador recibió una
denuncia del hecho. El juzgado de Hospicio
quedó encargado de hacer las averiguaciones
correspondientes.
Ante tales noticias, el marido escribió una carta
abierta a
El Imparcial
, manifestando entre otras
cosas:
“ES FALSO de toda falsedad que esa señora lleve
en el convento cinco años. FALSO que estuviese
emparedada, a no ser que por emparedamiento se
entienda vivir en un edificio con paredes, en cuyo
caso todos vivimos emparedados, menos los que
vivan en el campo o en las selvas. FALSO que el
encierro haya producido la consunción de esa
señora, ¿la vieron cuando llegó allí?”.
Termina firmando: El marido de la señora no
extranjera ni emparedada, Madrid 25 de abril de
1869.
Dos ejemplos de la situación de las mujeres
víctimas de maltratos físicos o psicológicos por
parte de sus maridos o padres en la España de
mediados del siglo XIX.
En la ficción, Pérez Galdós recluyó en este
convento de la calle Hortaleza a Fortunata y
Mauricia, personajes de su obra cumbre
“Fortunata y Jacinta”.
P
de Rebotica
LIEGOS
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LOS BOTICARIOS
La proxeneta por Dirck van Baburen (1622).
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