usó para acorralar un rebaño de ciervos en su
primera batida de caza. Qué lejos quedaban
aquellos recuerdos, felices recuerdos de
armonía y justicia. El cansancio vencía poco a
poco su voluntad, eran ya muchas sucesiones
de oscuridad luz y oscuridad fría. La carne
seca casi agotada y sin más agua que la nieve
que se llevaban a la boca.
Aquella era una montaña prohibida, no
porque en ella moraran los muertos sino
porque la muerte atrapaba a quienes se
atrevían a retarla. Haskuck la conocía, en una
ocasión persiguió a dos lobos hasta aquella
misma cima y sobre ella les dio muerte,
después comió sus corazones y así atrapó para
sí la astucia. Sabía que en la cima esperaba un
refugio, una cueva profunda con agua en su
interior. Quería llegar antes de que todo el
calor fuera engullido por la oscuridad fría, de
ello dependían sus vidas, la suya y la de los
otros catorce cuerpos desgastados por el
hambre, la sed y el frío. Llevaba al más
pequeño a su espalda y notaba cómo cada vez
se agarraba con menos fuerza. El agotamiento
le hizo resbalar y cayó de rodillas. El pequeño
grupo de cachorros miró hacia él, a punto
todos de rendirse y dejarse llevar por el
agotamiento. Hashuck tenía la mirada clavada
en el suelo helado, un viento especialmente
frío agitó su pelo y Hashuck alzó sus ojos al
cielo casi completamente ennegrecido y desde
el fondo de sus entrañas dejó brotar un
gruñido que heló más aún la montaña pero
calentó la sangre de su familia, tras él todos,
incluso el más pequeño, gruñeron con todas
sus fuerzas para decirle a la montaña que la
vencerían, que no se llevaría a ninguno
porque todos pelearían hasta el límite por sus
vidas. Se levantó y miró orgulloso a sus
cachorros, la fiereza en sus ojos y sus alientos
jadeantes dejando salir humo de sus bocas les
convenció de que el fuego, como siempre, les
seguía y estaría allí donde ellos estuvieran.
Hashuck susurró “Hufshum” y todos
sonrieron satisfechos porque desde ese
momento habían vencido a la montaña.
Apenas unos pasos y alcanzaron la esperada
cueva. Un breve esfuerzo que casi les había
vencido y lo hubiera hecho de no recordar
que el fuego siempre les acompañaba. Al
entrar Hashuck se apresuró en dar unas
friegas al pequeño que portaba en su
espalda. Entre tanto, uno de los mayores
organizó los preparativos para encender el
fuego, portaban con ellos ramas secas, yesca
y una mezcla de resina y brea que el mismo
Hashuck elaboraba. Las chispas saltaban con
vigor desde el pedernal, todos dominaban
bien aquella maniobra, de la chispa a la
yesca, de la yesca a la mezcla y de la mezcla
a ramas cada vez mayores hasta que pronto
pudieron sentir de nuevo el calor. Ellos
convertían lo oscuridad fría en oscuridad
brillante. Sin nadie organizando, todos sabían
qué hacer. Una vez calientes recogieron leña
húmeda y la pusieron cerca del fuego, sobre
éste piedras que hicieran hervir el agua de los
cuencos, en cada cuenco un trozo de carne
seca. Una de las mujeres se aventuró al
interior para acarrear agua. La actividad llevó
a la calma cuando cada uno de ellos pudo
coger entre sus manos un cuenco caliente.
Hashuck no fue el primero en comer,
disfrutaba de su triunfo, se sentía a salvo y
sobre todo había conseguido salvar a los
últimos supervivientes de su clan. En
adelante su plan sería infalible, nada ni nadie
podría detenerlo.
Calientes, acurrucados los unos contra los
otros, todos en torno a Hashuck que no se
tumbó, permaneció sentado, apoyado sobre la
pared de la cueva y así, vencido por el
cansancio se durmió y pasó la oscuridad fría
en la montaña prohibida.
Este cuento no puede tener final, es la vida
misma abriéndose paso en la adversidad,
resolviendo las dificultades a partir de lo
único que nos trae vitalidad más allá del
alimento, lo que alimenta el espíritu cuando el
cuerpo dolorido quiere vencerse y algo en el
fondo del corazón nos impulsa a dar un paso
más.
■
P
de Rebotica
LIEGOS
35
FÁBULA