Pliegos de Rebotica - Nº 114 - julio/septiembre 2013 - page 33

de esta errónea equivalencia
entre lo que significa el más
honrado y comprometido sentimiento religioso y
la siempre discutible organización jerárquica
eclesial, no parece de recibo en pensadores de la
talla de Marx o de Nietzsche. Bien es cierto que
ambos lo aprovecharon para escurrir el bulto y
quitarse de un plumazo el problema de tener de
explicar con seriedad el sentimiento religioso y
el propio origen e implantación universal de la
conciencia ética. Como decía Mao Zedong,
una
rana en el fondo de un pozo dice que el cielo no
es mayor que la boca del pozo
.
Comentaba Zubiri
8
que
el ethos socrático
condujo al bíos de la inteligencia y en ella se
asienta la adquisición de la verdad y la
realización del bien.
Esa fue la auténtica obra de
Sócrates, nada más ni nada menos: la ética.
Desgraciadamente, hoy tendemos a deshacernos
de la ética, convirtiéndola en una simple rama de
la filosofía –aislada, en el sótano, con el resto de
materiales descatalogados– e incluso hay quien
cuestiona que la ética, como tal, tenga derecho a
la existencia. Olvidan estos últimos, sin embargo,
que
a través de la filosofía, la conciencia
humana en marcha se descubre a sí misma; en
definitiva, filosofamos porque es obligatorio
9
.
El problema es que hemos caído en las redes de
una sociedad tecnológica hecha a la medida del
poder, como instrumento de dominación
absoluta. Y lo primero que ha conseguido ha sido
diluir la ética en un océano de indeterminación,
sustituyéndola por morales premeditadamente
cambiantes. Nos han –nos hemos– privado de
pensar en el bien; en realidad, hemos dejado de
pensar en cualquier cosa que tuviese un destino
que estuviese un palmo más allá de nuestras
propias narices; han –hemos– transformado
nuestro añorado tiempo libre en simple tiempo de
ocio, algo que Marcuse supo ver hace varias
décadas:
el tiempo libre pertenece
a una sociedad libre y el tiempo de
ocio a una sociedad represiva
10
.
Incluso, la responsabilidad de las
tragedias provocadas por la
incompetencia y la codicia de
los poderosos y de sus
testaferros, nos las han
querido endosar como
si fueran provocadas
por nuestro inmoral
comportamiento y por
nuestro derroche.
Como dice Krugman,
hay una tenaz insistencia en convertir la crisis
económica en una obra moral, un cuento en el
que la depresión es una consecuencia necesaria
de los pecados precedentes, que no se debe
aliviar.
Por el contrario,
las deficiencias principales de
la sociedad económica en la que vivimos son su
incapacidad de proporcionar pleno empleo y su
arbitraria y desigual distribución de la riqueza y
los ingresos.
Lo afirmaba Keynes hace casi
ochenta años
11
, sin que los mandamases de turno
se hayan dado por aludidos durante todo este
tiempo y sin que los partidos políticos que los
sustentaron o sustentan –de las dictaduras, ni
hablo– hayan cambiado significativamente de
actitud.
Los partidos de derechas siempre se han ocupado
más de las obligaciones de las mayorías y de los
privilegios de las minorías (las suyas), mientras
que los de izquierdas han priorizado los
privilegios del poder instituido (el suyo) en
perjuicio de la amplia y mayoritaria clase media,
a la que siempre han tratado absurdamente como
si fuese una minoría ultraconservadora, con la
incumplida justificación de favorecer a una
hipotética mayoría de desfavorecidos que nunca
ha conseguido identificar en los países
desarrollados. Lamentablemente, muchos de los
partidos de centro o reformistas han acabado por
adoptar un mero papel de comparsas o, como
mucho, de interesadas bisagras apoyando siempre
al mejor postor.
Al menos, a los que no vivimos al cobijo del
poder siempre nos quedará la secreta satisfacción
de que, como afirmaba Nietzsche,
llegar al poder
es algo que se paga caro; el poder entontece.
P
de Rebotica
LIEGOS
33
8
Xavier Zubiri.
Sócrates y la Sabiduría Griega.
9
Witold Gombrowicz.
Curso de filosofía en seis horas y cuarto.
10
Herbert Marcuse.
Ensayos sobre política y cultura
11
John Maynard Keynes.
Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero.
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
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