Pliegos de Rebotica - Nº 114 - julio/septiembre 2013 - page 26

E
l pasado
21 de junio el Teatro
Real rindió un cariñoso
homenaje a la gran
artista madrileña Teresa
Berganza. Sin entrar a
valorar si las
dimensiones del citado
evento estaban en
proporción a la
categoría de la artista,
algo me inclina a pensar
que quizá merecía más
nuestra cantante y que el
eco de sus incontables
triunfos a lo largo de
sesenta décadas, muchas
veces pasó
desapercibido quizá porque su singular clase no
siempre era reconocida por un auditorio que sin una
perfecta preparación musical, de lo cual no tenía
ninguna culpa, se veía más atraído por otras figuras
más de relumbrón que por entonces encandilaban a
los públicos y llenaban los teatros.
Mi primer conocimiento de Teresa Berganza me
transporta a mis primeros años de estudiante en
Madrid. En mi colegio mayor, que era el Nebrija, se
celebraban algunas reuniones en torno a José Peris
que allí residía mientras completaba sus estudios de
Composición y que mantenía contacto con casi todos
los estudiantes de música ubicados en Madrid y con
muchos músicos que esporádicamente visitaban la
ciudad. En una de estas reuniones, muy interesantes
para los que nos sentíamos atraídos por los temas
musicales, conocí a Teresa como una chica de poco
más de veinte años , que tenía la carrera de piano y
fama de cantar muy bien aunque allí no se realizasen
demostraciones y nos limitábamos a charlar, tomar
café y fumar algún cigarrillo. Se comentaba que
intentaba seguir la carrera de canto. No la volví a ver
por allí pero el hecho de haberla conocido hizo que
cuando se empezaron a comentar sus primeros
contactos con el arte, yo lo siguiera con atención y
pronto me enteré que había cantado alguna zarzuela e
incluso había grabado algo con Argenta. En 1954
logra el primer premio de Canto en el Conservatorio
de Madrid donde los progresos con Lola Rodríguez
de Aragón iban viento en popa. Daba la impresión
que había nacido con la técnica del canto aprendida
pues su emisión, su fraseo y la delicada sutileza de
sus ligados no eran nada comunes y en opinión de
toda la gente cultivada que
la escuchaba debía de
ampliar sus fronteras.
En 1955 fue presentada
por Ataúlfo Argenta en el
Festival Internacional de
Granada. Y muy bien
aconsejada, teniendo en
cuenta la situación musical
en España en aquellos
momentos y la gran calidad
de la artista, la prepararon
una serie de audiciones en
Paris.
Allí acudió llena de
esperanza e ilusión que
hubiera sido mayor de
haber sabido que tras la primera de dichas audiciones
la ofrecieron un contrato para interpretar la Dorabella
de
Cosí fan tutte
de Mozart en el Festival de la Opera
de Aix-en-Provence de aquel año de 1957. Fue
unánime la reacción de toda la crítica europea en el
sentido de haber descubierto a una mezzo-soprano
descomunal.
Después de una pequeña gira por Italia, presentada
por Juventudes Musicales la llamaron de la Scala
para hacer la Rosina del Barbero de Sevilla, donde se
consagraría como una de las mejores intérpretes de
Rossini de todos los tiempos. Y repitió el Barbero en
Inglaterra en el Festival de Glyndebourne de aquel
verano.
En noviembre de 1958 tuvo lugar su encuentro con
María Callas en la Opera de Dallas para una Medea
de Cherubini en la que Teresa hacía el papel de Neris
dentro de un gran reparto en el que también figuraban
John Vikers y Zaccaria, todos bajo la batuta de
Rescigno. Grande debió de ser la huella que dejó en
la
divina
pues unos años después y para una Norma
de Bellini en el Covent Garden, Teresa fue
substituída por la italiana Fiorenza Cosotto con la
que al parecer la griega se encontraba "más cómoda".
Fue en 1964 cuando Callas ya cantaba muy poco y ya
no quería guerra.
En 1964 actúa también en un recital en el Carnigie
Hall de Nueva York comenzando a prodigar estas
actuaciones , los recitales, que ella los va a calificar
de apoteosis de la belleza, pues se encontraba muy en
su ambiente intercalando canciones españolas de las
Jesús Arnuncio Pastor
MÚSICA
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de Rebotica
LIEGOS
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Teresa Berganza
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