Pliegos de Rebotica - Nº 114 - julio/septiembre 2013 - page 38

rey quiso demostrar la fe y la
confianza que tenía en su honor
poniéndolos en puntos clave
para la batalla que se avecinaba
y ellos, faltando a su dignidad
de caballeros se vendieron a los moros a cambio de
recuperar las propiedades que poseía su padre. Aquí
hay una cosa curiosa: unos cuentan que tras el triunfo
árabe en Guadalete estos los ignoraron, o como
vulgarmente se dice los mandaron a hacer “gárgaras
con tachuelas” y según otros parece que les
devolvieron sus tierras, pero no el poder, ni los
honores a los que ellos creían tener derecho. Total, que
tal vez fueron ricos, ¡pero marginados!
Puestos a encontrar curiosidades tenemos a los
judíos. En el reino visigodo ellos sí que estaban
marginados. Tal vez debido a esto la Enciclopedia
Judía (Jewish Enciclopedia) hace constar que: “
Fueron
los judíos españoles quienes instaron a los
mahometanos a introducirse en la Península y
apoderarse de la vida y propiedades de los
cristianos”
. Fueron recompensados con los cargos de
Gobernadores de Granada, Sevilla y Córdoba. Claro
que en 1066 los bereberes asesinaron a más de cuatro
mil judíos, indignados por el poder que los árabes les
habían concedido.
Yo no se cual de las dos versiones será la
verdadera. Tal vez las dos. Lo cierto es que los árabes
no encontraron resistencia real después de la batalla de
Guadalete y un puñado de guerreros asesorados por
don Julián llegaron hasta Toledo. Y la
ciudad regia, la ciudad sagrada, la ciudad
que guardaba tantos tesoros, tantas
reliquias... Una ciudad con una situación
inexpugnable... se rindió sin resistencia.
¿Qué estaba pasando? Todo fue insólito e
imprevisible. Lo más probable es que el
pueblo no se diera cuenta exacta del
enorme cambio que se estaba produciendo.
Eso y la despreocupación que caracteriza a
los españoles de todos los tiempos...
En los primeros momentos y en
apariencia todo seguía igual, salvo que la
corte ya no estaba en Toledo sino en el
lejano Damasco o Bagdad que nombraba
gobernadores y cobraba los impuestos. La
gente cambió de señor y en muchos casos
de religión con toda naturalidad. Hay que
tener en cuenta que el cristianismo todavía
no estaba muy arraigado en la península.
Además si tenían que servir, les era
indiferente servir a señores musulmanes o
cristianos. Continuaron con sus
costumbres, con su religión, porque los árabes no la
prohibieron solo imponían tributos personales a los
que no se convertían y les interesaba que no se
convirtieran muchos para recaudar más. Este tributo
obligaba también a iglesias y monasterios. Pero para
los conversos el Islam ofrecía enormes ventajas
fiscales y políticas y realmente fueron estos la base
más importante, la más
numerosa de la población
musulmana en España.
Pero... ¿y los partidarios de
Rodrigo? A la ruina de su
patria, a la humillación de la derrota se uniría el odio
contra el partido que los había traicionado, el partido
que había entregado España a los árabes. Estos
desmontaron con rapidez los resortes del Estado
visigodo y aquel pequeño ejército invasor, de manera
incomprensible... se hizo dueño del poder.
La iglesia visigoda que era el aglutinante de los
pueblos y razas que formaban la monarquía, después
del desastre fomentó el espíritu de resistencia, pero...
¡demasiado tarde!
El partido vencido, el de Rodrigo, fue el primero
que se dio cuenta de la catástrofe y fueron ellos los
que emigraron con sus códices y sus tesoros hacia las
montañas del norte, hacia Los Picos de Europa,
haciendo posible con el tiempo la restauración
cristiana. Fue este pequeño núcleo visigodo el que
organizó una resistencia decidida y tenaz. Sánchez
Albornoz sitúa sus comienzos hacia el 721. Este echo
y su importancia es punto crucial en la historia de
España solo comparable a la misma invasión
musulmana.
Colocados en abierta rebeldía los godos españoles
tuvieron que ir forjando su temple en los diversos
enfrentamientos con los musulmanes.
Al conocerse la rebelión, los moros mandaron
hacia los Picos de Europa un ejército al mando de
Alsama que cometió la imprudencia de atacar lejos de
sus bases, en terreno desconocido. Unos desfiladeros
en los cuales un puñado de hombres podía deshacer un
ejército. Y así fue. La famosa batalla de Covadonga. Si
por allí habéis pasado veríais un pequeño monolito
que la recuerda, allá... en el fondo de un desfiladero.
Los árabes contaban con la ayuda y asesoramiento del
arzobispo Oppas encargado además de convencer a los
rebeldes a rendirse. Pero la crónica de Alfonso III
cuenta la intervención milagrosa de la Virgen y de la
cantidad de piedras y tierra que cayendo de las
montañas sobre los árabes los aniquilo. Después de
eso abandonaron Asturias amedrentados, asustados,
atemorizados por la misteriosa catástrofe.
Aquel pequeño núcleo de godos se refugió en un
principio, en la cueva llamada de Nuestra Señora,
invisible por una gran cascada que la ocultaba. Hoy
día en la cueva se venera a la “Santina”. La cascada ya
casi no existe, ignoro desde cuando aunque yo de niña
recuerdo haberla visto con muchísima agua.
La trascendencia moral de esta victoria fue
incalculable para aquel grupo de valientes,
infundiéndoles optimismo y esperanzas. Pelayo fue
nombrado rey al estilo godo, por sus guerreros que
constituían su pueblo y así Cangas de Onís se
convirtió en una corte que revivió las antiguas
instituciones visigodas.
Pero el verdadero fundador del reino asturiano fue
Alfonso I, yerno de Pelayo, que supo hacer de aquel
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de Rebotica
LIEGOS
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RELATOS
Mezquita-Catedral de Córdoba.
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