C
Las criadas
omo dos gotas de agua. Vestían igual,
idéntico peinado y, a pesar de que existían seis
años de diferencia en su edad, podían pasar por
gemelas.
Christine Papín de 27 años llevaba la voz
cantante. Léa Papín de 21, dependía de su
hermana, era la débil de la pareja, la más
sugestionable, siempre en una posición de
sumisión. Juntas compartían necesidades y
esperanzas comunes. Pero no se relacionaban con
nadie, el aislamiento social era excesivo.
Como muchas jóvenes de su edad, abandonaron la
zona rural en la que habían nacido para buscarse
un futuro más prometedor en la ciudad francesa
de Le Mans. Así huían de un pasado que querían
olvidar, con un padre alcohólico y una madre
psicótica. Encontraron trabajo como sirvientas en
casa de la familia Lancelin “honorables
burgueses” en la rue La Bruyéra nº 6 en Le Mans.
Buena casa y buena familia. Solo tres personas,
matrimonio y una hija, Genevieve. Dos criadas
para tres personas. La relación entre amos y
criadas era buena porque apenas hablaban. Solo
había relación cuando la señora Lancelín
organizaba los trabajos del día. Así durante siete
años. La señora estableció las normas desde el
primer momento: horas de
trabajo en silencio y el
resto del tiempo, encerradas
en su habitación de la
buhardilla, donde las
hermanas bordaban su
ajuar. No conocían a ningún
joven con el que pudieran
abrigar el deseo de casarse,
pero ellas bordaban. Los
domingos acudían a misa,
perfectamente trajeadas y
arregladas. Apenas
saludaban a los vecinos con
un movimiento de cabeza,
sin una frase, ni una
palabra.
Los vecinos las apodaban
“las perlas de los Lancelín”
porque eran las sirvientas
soñadas por todos, limpias,
hacendosas y tan discretas
que ni hablaban.
El 2 de febrero de 1933, la señora Lancelin y su
hija salen a dar un paseo. Quedan en la casa las
hermanas Papín dispuestas a planchar toda la
ropa. Cuando faltaba por planchar una blusa
blanca de la señora, se produce un corte de la
corriente eléctrica.
Genevieve y su madre regresaron del paseo con el
tiempo justo para cambiarse de ropa y asistir a
una cena en casa de un amigo. Allí las esperaría
René Lancelín que iba directamente desde su
lugar de trabajo. La señora Lancelín pensaba en
una determinada blusa blanca, muy apropiada
para una cena informal, pero la blusa no estaba
planchada a causa del apagón. Madre e hija
recriminaron a Christine por no terminar el
planchado. La señora forcejeó con la mayor de las
hermanas y se unieron a la pelea las otras dos. En
unos segundos, de un detalle nimio como el
apagón de luz, se pasó a la violencia más extrema.
Léa, espantada por la violencia de su hermana y
sumisa ante su autoridad, hace lo mismo que ve
hacer a la otra. Después de cometido el hecho
salvaje, con las dos mujeres muertas, se
atrincheraron en su habitación, cerraron la puerta
con llave y acurrucadas en una sola cama,
esperaron la llegada de la policía.
El que descubrió la macabra escena fue el señor
René Lancelín cuando, después de varias llamadas
de teléfono a su casa desde el domicilio del
amigo, decidió ir para ver qué podía haber
ocurrido. Poco después, a las 20:00 horas, la
policía hacía su entrada en la casa. Al ser
detenidas, las dos hermanas vestían idénticas
batas guateadas, calcetines blancos y zapatillas de
paño a cuadros. Ninguna de las dos presentaba ni
un solo rasguño, lo que indica que no hubo lucha,
sus víctimas no pudieron defenderse.
Los abogados de Lancelín alegan responsabilidad
plena y premeditación. Por el contrario, la
abogada de las hermanas intentaba demostrar
locura.
Se eligieron a tres peritos médicos psiquiatras por
parte de la acusación, de reconocido prestigio, que
sostenían la imputabilidad de las hermanas. La
abogada defensora recurrió a Benjamín Logre un
reputado psiquiatra que mantenía la hipótesis de
una enfermedad mental. Defendía la idea de
anomalía mental engendrada por una histero-
P
de Rebotica
LIEGOS
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BOTICARIOS
MARISOL DONIS
Christine Papín, la inductora.
