Procuró seguir tratando en el texto al
sicario de un modo
parecido, hasta
conseguir que
su estrenada
debilidad se
convirtiera en
trance pasajero,
sus dudas en
reflexiones irrelevantes y su apaciguamiento en
prólogo de una brutalidad revitalizada.
Otro día aprovechó el paseo
para comprar un lápiz de memoria y sondear al
musculitos de la tienda de informática, en la esquina
de la calle.
–Escucha, Kevin, ¿en el gimnasio os enseñan a
controlar la fuerza frente a adversarios más débiles?
–¡Y un huevo! El que atiza primero y más duro
evita que el otro le salte los dientes.
Tras desnucar al matón con un giro brusco del
cuello, sintió un escalofrío de placer mientras el
cuerpo inerte se desmoronaba entre sus brazos
como una marioneta sin hilos.
También quiso conocer la opinión de Nuria, la
dependienta de la panadería, una ricura con delantal.
Información rotunda, como ella, junto con la barra
de pan candeal y las rosquilletas.
–¿Tú has notado si a los hombres se nos pone el
corazón tierno cuando nos colgamos por vosotras?
–Al contrario. A los tíos más bien se os pone duro
lo que os cuelga, cuando dejamos que además de
mirarnos nos metáis mano.
Apenas hubo apurado su copa, Yuri la tumbó en
el sofá y la hizo suya pese a la enconada resistencia
de la mujer. A la mañana siguiente, la asistenta
descubrió el cadáver de Irina con un tiro en mitad
de la frente.
Después de haber traducido con tal documentación
a pie de calle la novela de Misha Vasiliev, nadie en
la editorial acusó diferencias entre la traducción y el
original. Como es lógico, mantener el temperamento
implacable de Yuri era lo que todo el mundo quería;
el lector lo
reconocería con
naturalidad. Bien
pensado, se dijo
Diego, lo
contrario es lo
que hubiera
llamado la
atención.
Es decir,
si hubiera metamorfoseado al
protagonista en un pistolero
llorón y vulnerable, un
despropósito que su
habilidad había esquivado,
incluso hasta el punto de
revelarlo en la versión asesina
más despendolada. El
libro se puso a la
venta en el país para
un ejército devoto del
temible Yuri Petrov.
Diego esperaba con interés que le trajeran el
manuscrito de la siguiente novela del ruso, según
sus noticias en trance de las últimas correcciones.
Se relamía pensando en las horas suculentas de
creatividad literaria que iba a proporcionarle,
semejante a cuando traducía otros textos que le
complacían por su brillantez y su capacidad para
sorprenderle. En lugar del manuscrito, una mañana
recibió de la editorial una carta certificada con la
comunicación de su despido. Según supo después,
cuando ya la novela estaba en los escaparates, un
filólogo, compañero de Vasiliev, había advertido a
éste de la manipulación sufrida por la historia
original. Pese al éxito de ventas en España, el
escritor, con modales impertinentes y soberbios,
había denunciado ante sus jefes al culpable y
exigido el despido fulminante, salvo que prefirieran
perder la exclusiva de la comercialización de su
obra.
Leyó el finiquito mientras le daba las últimas
caladas al segundo cigarrillo del desayuno. La chica
de las trenzas no se había peinado ese día en el
balcón, pese al tiempo primaveral. Pudo entreverla
tras los visillos moviéndose por el dormitorio.
Parecía que se estaba arreglando para salir. Diego
pensó que sería una buena idea imitarla, aparcar de
momento las traducciones y salir a caminar y a un
recado que se le acababa de ocurrir. En la librería
que había en el bulevar del barrio compró media
docena de ejemplares del último superventas:
San
Petersburgo nunca duerme
de Misha Vasiliev. A la
vuelta se detuvo en la tasca, la panadería, la tienda
de informática y la peluquería. Finalmente fue a
sentarse bajo un madroño junto al mendigo, en un
banco de la plaza. A éste, como a los otros, le firmó
la novela con una dedicatoria personalizada: «Para
Roque, un genio anónimo».
– ¿Sabes leer, Roque?
– No mucho, pero si me regalas un libro practicaré.
– ¿Aunque eso no te alimente?
– Anoche cené, así que por lo menos hasta mañana
no hay urgencia. Gracias, Diego.
–A ti, amigo, a ti. Siempre.
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P
de Rebotica
LIEGOS
12
premios
AEFLA
2012