contratado por una conocida
editorial. La trascripción de cada
novela de Misha Vasiliev le
ocupaba como media un par de
meses, con traducciones hasta el
momento escrupulosas de principio a
fin. En cuanto a la última, sus
reparos hacia el flagrante cambio de
actitud del protagonista no habían
encontrado en la editorial sino la más
firme reprobación. Su trabajo no
consistía en interpretar, le
reconvinieron, sino en copiar, con
la única particularidad de
cambiar el idioma. Para Diego,
el escritor había seguido una
trayectoria quebrada,
comenzando como un
narrador con oficio, fiel
a un estilo propio,
imaginativo, para derivar
de repente hacia un
producto súbdito de un
mercado literariamente
analfabeto. No aprobaba tal
comportamiento en un autor que poseyera unos
mínimos de ética y decoro profesionales.
Anduvo acera abajo con el forro polar calado hasta
las orejas. A tomar un café y comprar el periódico,
pan y tabaco. En mitad del paseo se le ocurrió
meterse en la peluquería. Mientras Paco le recortaba
las patillas lo interrogó sin preámbulos.
–¿Tú piensas que las personas cultas son más
sensibles ante la muerte ajena, ante el sufrimiento
en general?
–De eso nada, Diego, yo no acabé el bachiller y el
sábado me pegué otra vez una panzada
de llorar viendo a la
“Merilestrit” en
«Memorias de África».
De vuelta a casa
rectificó el final de la
frase
: La mano de Yuri
Petrov apresó la culata
de su Magnum 357
provocándole un
sentimiento de
indiferencia.
En el
original el párrafo estaba
construido para generar una suerte de empatía hacía
un personaje resuelto a finiquitar poco a poco sus
fríos parámetros de conducta. Y todo por obra y
gracia del amor, como en los culebrones
venezolanos. Inadmisible.
Al cabo de un par de días obtuvo una de las
colaboraciones más valiosas gracias a la patrona de
la tasca en la que se tomaba el cortado, largo de
café y con la leche caliente.
–Dime una cosa, Carmen, ¿te gustan las películas de
intriga y espías?
– ¿A qué viene eso?
–Estoy trabajando en un guión. Necesito un juicio
sabio.
–Entonces adelante. Sí, me encantan.
– ¿Crees que un asesino puede llegar a sentir
compasión?
–Nunca. Las hienas comen carroña hasta la muerte.
–Gracias, Carmen.
Antes de tirar el cadáver del chivato al pantano,
Yuri sonrió con desdén al recordar su cara de
espanto cuando desenfundó el revólver y le enroscó
el silenciador.
Según avanzaba en la trama, la traducción de la
novela de Vasiliev pasó de convertirse en una
labor enojosa por la deriva absurda del personaje
a estimulante y provocadora. Buscó y rebuscó
sinónimos y adjetivos, metáforas y símiles, juegos
sutiles de palabras y cambios de ubicación de las
frases, resortes que eliminaran en la mente del
lector la idea de redención moral en Yuri. Durante
sus paseos matinales fue perdiendo las reservas
para consultar con lo más florido del barrio.
Bajo un toldo de la plaza, una mañana entabló la
cháchara habitual con Roque, el mendigo, al
pedirle éste un cigarrillo.
– ¿Cambiaste mucho al
enamorarte por primera vez,
Roque?
–Los pobres no nos
enamoramos. El amor no da de
comer.
Al encontrase con Irina,
a él le pareció una mujer de
belleza insulsa, postiza, nada
extraordinaria; prefería acariciar
el mango del machete.
P
de Rebotica
LIEGOS
11
PREMIOS AEFLA 2012
Laboratorios Cinfa
Segundo Premio
Literatura en prosa