mismos
y a
experimentar la
satisfacción de
lograrlo o la desdicha
de no conseguirlo. Algo que sustenta a la
persona – más allá de la acuciante realidad
inmediata – y le ayuda permanentemente a
interaccionar con la realidad. El hombre ha
heredado del pasado infinito una poderosa
capacidad creativa que le permite inventar
realidades, porque la ficción es también parte
de la realidad.
La conciencia inmediata solo representa una
mínima parte de la realidad personal; ignorar la
capacidad del inconsciente para dirigir la vida
es una forma de ceguera, con la que nos
negamos a aceptar la extraordinaria
complejidad de la realidad, también de la
realidad interior. Queremos contemplar solo
con los ojos – con nuestra mente consciente –
en vez de ver de una forma global, que incluye
lo percibido con nuestros otros sentidos, con
nuestra memoria, con nuestros valores y
prejuicios, firmemente asentados en el
inconsciente. Convertir a la mente consciente
en única regidora de la persona es como
quedarse a las puertas de la realidad; es incapaz
de generar pasión, porque la
pasión es evocación y evocamos
de forma fundamentalmente
inconsciente. Por eso, cuando desde
la pasión deseamos algo que la
mente consciente nos dice que no
podemos alcanzar, surge la
desesperación y cuando con
resignación acabamos por aceptar
conscientemente
la imposibilidad de
alcanzar nuestros objetivos vitales,
entonces nuestra emoción vital se
convierte en
desesperanza
, que nos
instala en la convicción profunda de
nuestra incapacidad, en el fatalismo
subjetivo del fracaso personal.
Una de las herramientas que el hombre ha
diseñado para intentar comprender
conscientemente
la realidad es la
estadística
. Esta metodología agrupa
datos y proporciona imágenes globales
muy valiosas, sin duda. Pero, como casi
todo lo que es creado por el hombre, tiene
la capacidad de ser utilizada para el bien
o para el mal. Haciendo una
interpretación maximalista de sus resultados –
es decir, utilizándola mal – la
estadística
puede
convertirse en una peligrosa forma de
manipulación y de consolidación de la
ignorancia. Kaleb afirmaba que
la campana de
Gauss ignora las grandes desviaciones, no las
puede manejar y sin embargo nos hace confiar
en que hemos domesticado la incertidumbre; es
el gran fraude intelectual.
Por decirlo así –
siguiendo el discurso de Kaleb en
El cisne
negro
– los sucesos más infrecuentes son los
que determinan con mayor potencia nuestra
existencia. Los hombres nos hemos hecho tan
engreídos que pensamos que podemos
predecirlo todo, como si la realidad cupiese en
nuestro puño. Hemos inventado – o descubierto
– la matemática, pensando que habíamos
llegado al techo del conocimiento y que con
ella podríamos dialogar de tú a tú con la
naturaleza e, incluso, adueñarnos de ella… y la
naturaleza nos respondió que
verdes las han
segado
. Un matemático – Kurt Gödel, con sus
teoremas de
incompletitud
– nos demostró que
la matemática pertenece a la realidad y no a la
inversa, y que cualquier sistema matemático
siempre acaba necesitando aportaciones ajenas
para ser consistente.
Apenas unas pocas décadas antes que Gödel, a
Henri Poincaré no le había quedado más remedio
que introducir el concepto de
no linealidad
en
sus ecuaciones, para intentar tener en
cuenta esos pequeños efectos que
suelen acabar acarreando graves
consecuencias. A pesar de ello, la
mayoría de nosotros seguimos
pensando en forma lineal,
haciéndonos odiosamente
unidimensionales, como nos
advertía Herbert Marcuse. Nos
negamos a aceptar que la realidad no
es lineal, que no podemos atraparla como si
fuera una fotografía instantánea. Nosotros, como
los
sistemas no lineales
, no estamos sujetos al
principio de superposición
; no somos un
mero resultado matemático susceptible de
ser descompuesto en varios elementos
sencillos cuya suma permita recuperar
nuestra totalidad de ser seres pensantes y
sentientes; pese al empeño de algunos
sociobiólogos reduccionistas, nuestra radical
no
linealidad
impide catalogarnos o
descomponernos. Miles de millones de
ecuaciones no lineales y cruzadas entre sí nos
protegen de la estupidez de algunos
sabios
que
permanecen aferrados su rígida y torpe visión de
la realidad.
P
de Rebotica
LIEGOS
36
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
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