C
on la única ayuda
de la razón, el hombre solo es capaz
de vislumbrar un universo borroso
y preñado de incertidumbre, con
una visión limitada, plana y
ridículamente autosuficiente.
Nos ofrece respuestas muy
simples a preguntas que, en
realidad, son
extraordinariamente
complejas; o, sencillamente,
ignora las preguntas
tachándolas de
improcedentes o absurdas.
La duda siempre supera a la
razón, la trasciende
ontológicamente.
Por eso, cada vez concedo más importancia a
esa combinación irreproducible e inseparable
de sentimientos e inteligencia consciente y,
sobre todo, inconsciente, a la que llamamos el
espíritu humano. Solo a través de él somos
capaces de percibir aquello que no tenemos
delante de nuestros ojos; por él anticipamos o
recuperamos lo ausente o nos atrevemos con lo
desconocido.
Considero que la conciencia humana de la
existencia escapa a la simple razón consciente,
y se acomoda en su mayor parte en el
inconsciente, donde la razón cohabita – no
siempre en armonía – con otras instancias
intelectuales. Seríamos incapaces de vivir un
solo segundo si tuviésemos que tener todo
nuestro bagaje de conocimientos, de
sentimientos, de datos, de controles
fisiológicos, etc., en el primer plano de nuestra
conciencia inmediata, de nuestra alerta mental.
De una forma que prácticamente
desconocemos, existe un tráfico complejo pero
enormemente fluido de emociones inteligentes
entre la conciencia inmediata y
nuestro inconsciente, aunque
percibimos que la frontera entre lo
consciente y lo inconsciente es
completamente permeable y difusa.
Gracias a ello, la intuición nos permite
anticipar fenómenos que aún no son
reales, pero que podrían llegar a serlo,
haciendo de este auténtico don uno de los
fundamentos esenciales de la conciencia global
humana; algo para lo que no tenemos una
explicación convincente, como igual que con
otras manifestaciones de la mente humana tan
relevantes como el sentido del humor o la risa.
Nuestro inconsciente es mucho más activo que
nuestra consciencia inmediata; es más rápido,
más eficaz y mucho más amplio. Allí están
verdaderamente las aspiraciones que se han ido
consolidando; allí están los planes de
contingencia que nos permiten reaccionar
eficazmente frente a las situaciones más
críticas y difíciles; allí está nuestro espíritu de
superación, el deseo de ir más allá de donde se
está en cada momento. Es allí, donde hemos
ido guardando, tras un complicado e
inadvertido proceso de elaboración en
permanente evolución, todo nuestro bagaje de
actitudes y valores que conforman nuestra
persona psíquica. Más aún, nuestro
inconsciente – y solo él – es capaz de hacer
frente a lo no previsible, en un estado de
permanente apertura a cualquier circunstancia o
situación que pueda ampliarnos todavía más
nuestros horizontes personales de la realidad;
incluso buscamos y nos preparamos para lo
imprevisible.
Nuestro pensamiento es mucho
más que una simple reflexión
consciente. No somos estúpidas
máquinas con un programa ajeno
que ejecutamos con datos que
tomamos tanto del entorno
como de nuestro interior.
Hay algo dentro de
nosotros que nos
empuja a ser dueños
de nosotros
P
de Rebotica
LIEGOS
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LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
Santiago Cuéllar
Racionalidad y
seguridad del conocimiento
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