Revista Farmacéuticos - Nº 130 - Julio/Septiembre 2017 - page 30

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Pliegos de Rebotica
´2017
automóvil, se dirigieron a la puerta peatonal, la
abrieron sin dificultad tras una corta maniobra
y avanzaron hacia la puerta principal. Al hombre
le bastaron 15 segundos de trasiego en la
cerradura para que la puerta se abriese
franqueando el paso de la pareja. No les fue
difícil desactivar la alarma que protegía el piso
inferior, conocían perfectamente la sencilla
contraseña que el marido utilizaba. Tampoco les
hizo falta deambular inútilmente por el interior
de la casa hasta llegar a su objetivo. Disponían
de información exhaustiva; cada habitación,
cada rincón, cada secreto, hacía meses que
estaba siendo explorado gracias a los sistemas
electrónicos introducidos inadvertidamente en
el ordenador, el móvil y la tableta del usuario.
Sólo los difusos cambios de transparencia en
las cortinas de algunas habitaciones dejaban
entrever indicios de movimiento en la planta
alta; aun así, Teresa intuía lo que estaba
ocurriendo. A los pocos minutos, tres figuras se
dibujaron consecutivamente en el umbral de la
puerta de la vivienda. A la pareja se les había
unido una mujer de unos 40 años, muy delgada
y cuya notoria palidez dejaban entrever el largo
periodo de confinamiento que la acompañaba.
Los tres se dirigieron rápidamente a la puerta
peatonal y de ahí al vehículo estacionado.
Apenas las dos mujeres se hubieron
acomodado en la parte posterior y el varón
hubiera depositado en el maletero el bolsón de
tela negra con el que habían abandonado la
casa, la berlina emprendió la marcha.
Cuando el coche se perdió de vista, Teresa
abrió su aplicación de
Telegram
y envió el único
mensaje que le estaba permitido y que la
Organización esperaba de su principal testigo
presencial: “Hola, prima. Dice mamá que vayas
sacando las entradas, que ya vamos para allá”.
Era consciente de que nunca más volvería a ver
a aquella mujer, que aquellas personas que la
habían liberado la trasladaban lejos, muy lejos,
para que nunca volviera a sentirse sola e
indefensa.Y aunque todavía faltaban muchas
cosas por encajar aquella tarde, una discreta
emoción se abrió paso en su interior y deseó
con todas sus fuerzas que fuera premonitoria.
Conocía una parte de los planes que la
Organización tenía para las próximas horas e
imaginaba que a esas alturas la mujer rescatada
tendría ya en sus manos los documentos que
en adelante ocultarían su existencia y la
blindarían de su entorno anterior. Renunciaba a
querer entender cualquiera de las razones que
habían conducido a aquel marido, a pesar de lo
esmerado de su educación y lo fructífero que
resultaban sus negocios, a ser un maltratador.
Prefería imaginar la dulcísima venganza que le
esperaba y el amargo arrebato de cólera que
con certeza lo dominaría cuando descubriese
las últimas consecuencias del ataque que había
empezado a recibir.
No, haber convertido la vida de aquella mujer
en un infierno no le iba a salir gratis. La
precisión y la eficacia demoledora eran parte
de los valores de la Organización, también para
eso había tomado el control tecnológico de la
vida de aquella sanguijuela. Durante el
planificado trayecto en taxi hacia su oficina que
el hombre había solicitado, más del 90% de sus
inversiones en bancos y chiringuitos financieros
había pasado a estar depositado en cuentas
offshore
, pero esta vez bajo el control exclusivo
de la que hasta ese día había sido su obligada
esposa. Una magia sofisticada en la que los
prestidigitadores habían sido tres motivados
hackers
de la Organización.
Al caer la tarde, cuando Juan, el cartero de
aquel barrio, el hombre discreto y observador
que, tras deducir la penosa existencia de la
mujer, había conseguido abrir una secreta vía
de comunicación con ella, recibió en su móvil
un mensaje con una solitaria A como
remitente. “La sonrisa es el último destino de
los sueños”, leyó con emoción, y no pudo por
menos que sonreír. Efectivamente, también para
él, misión cumplida.
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