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Pliegos de Rebotica
´2017
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L
L
a atención de Teresa estaba
forzosamente dividida. El rincón
escogido en el
Sunrise
era discreto y a
ratos anónimo. La gente solía pasar
horas en el piso superior del
establecimiento, de ahí que la decoración fuera
decididamente acogedora. La distribución por
espacios del lugar conformaba grupúsculos
donde se amalgamaban muebles variados y
clientes que también lo parecían. La luz entraba
a raudales por el amplio ventanal y el alféizar
era la posición ideal para libros, bolsas de todo
tipo y tecnología, mucha tecnología. El cielo gris
claro de aquella tarde se derramaba en la
estancia dejando que las pocas sombras fijas
contrastaran fuertemente con los seres
animados que las poblaban. No había muchos
clientes en ese principio de la tarde, y el
sosiego del ir y venir de casi todos menos de
ella le había dado la oportunidad de ocupar el
sencillo sofá azul turquesa en el lado opuesto a
la escalera. Sus cuidadas pertenencias se
esparcían con sutil desenfado sobre la mesita
baja de imitación a madera que, de momento,
conseguía disfrutar en exclusiva.
Era plenamente consciente de la discreción que
necesitaban los deberes de aquella tarde; era
primordial que diera cada paso en el momento
preciso; era muy consciente de que la
observación del
complejo devenir
de señales y la
sistemática
evaluación
de su
significado trascendía más allá del papel
asignado. Cuando la cuenta atrás se pusiera en
marcha, las dos horas probablemente más
interesantes de su vida y las de otros iniciarían
también una singladura sin retorno en la que
muchas personas se jugaban algo más que una
conciencia limpia. Poner su granito de arena
era ilusionante, pero no había lugar para el
error. Cualquier fallo, ocurriese cuando
ocurriese, sería un desastre para todos, incluida
la propia Organización.
El silencio de móviles y la desconexión de los
sistemas de localización se había decretado una
hora antes. Sólo estaba autorizada una mínima
entrada a las comunicaciones del grupo si se
producía una alteración grave del programa que
pusiera en peligro el plan. En su caso, los
detalles a seguir no eran muchos, pero sí
fundamentales: la vigilancia de la casa que tenía
casi enfrente, apenas aterciopelada su visión
por un ligero estor prácticamente transparente
que había colocado en la posición adecuada
para mantener la discreción, y las dos puertas
metálicas que cerraban el muro de ladrillo que
rodeaba el jardín de la casa. La fortuna de la
ubicación de aquella cafetería y la altura de ese
primer piso, que abría perspectivas únicas al
seguimiento, eran fruto del azar, pero el azar
era bienvenido cuando colocaba en su justa
posición cada pieza del puzzle.
–¿Le importa si me siento?
Teresa alzo la vista y forzó un
mínimo gesto de sorpresa a la
solicitud del hombre moreno y
muy atractivo que acababa de
plantarse frente a ella. Su
expresión de disimulo
estaba bien ensayada.
Nunca se habían visto pero
lo esperaba; conocía la
fórmula que iba a utilizar y
recordaba con claridad las
palabras que debía
pronunciar y cada uno de los gestos.
Mª Ángeles Jiménez
Misión
cumplida