riamente hacían escala en el puerto de la isla. Las ins-
talaciones constan de puerto, hospital de convalecen-
cia, administración, apartamentos para directores y mé-
dicos, y capilla. En San Antonio estaba el
hospital sucio
y el cementerio. En bajamar, los familiares de los lepro-
sos se acercaban a la isla andando y depositaban pa-
quetes con comida a unos metros del lazareto, después
volvían sobre sus pasos y pasados unos minutos el pro-
pio enfermo lo recogía.
Chao desde su empleo como director del botiquín, de-
nunció la violación de las disposiciones sanitarias y fue
el responsable de que se hicieran fumigaciones perió-
dicas. Para entonces, la prensa nacional se hacía eco de
la situación de insalubridad del Lazareto. De esa forma
trasciende que el establecimiento carece de agua po-
table y hasta de aguas gruesas. La ropa se manda lavar
al cercano pueblo de Redondela. La gente se pregunta
¿qué lazareto es ese donde los enfermos se mueren
sin nadie que les tome el pulso?, ¿qué baluarte es ese
que vuelve sus baterías contra la misma costa que es-
tá destinado a resguardar?
Semejante estado de cosas se fueron paliando con la
intervención del farmacéutico Jose María Chao que ca-
si deja la vida en el intento.
Murió en Vigo en 1858 un año después de que la nue-
va y definitiva Facultad de Farmacia inaugurara aulas y
laboratorios en el Palacio de Fonseca compostelano.
Eduardo Chao continuó con la botica familiar a la
muerte de su padre. Cursó los estudios de Farmacia
en Santiago y Madrid. Digno sucesor de Jose María
Chao como farmacéutico y como hombre comprome-
tido políticamente.
Se licenció en Madrid y aquí comenzó su carrera
periodística como redactor de la Gaceta. En 1854
fue elegido diputado por Orense para las Cortes
constituyentes.
Lo más reseñable, su participación junto a los sargen-
tos del cuartel de San Gil en el levantamiento popu-
lar del 22 de junio de 1866. Desde la primavera se
venía organizando un movimiento cívico-militar para
destronar a la Reina Isabel II. La primera unidad en
sublevarse, previsto para el día 26, debía ser el cuar-
tel de artillería de San Gil que, junto con unidades de
infantería debía tomar el Palacio real y secuestrar a
la Reina. Al mando, el general Blas Pierrand, descrito
como turbio militar y masón. Los hechos se precipi-
taron y se hizo el día 22 con el capitán Hidalgo de
Quintana al frente. Cercaron a los sublevados en el
propio cuartel.
Chao también ayudó a organizar el movimiento li-
derado por el general Pierrand en el Alto Aragón.
En la farmacia familiar existía un gigantesco almirez
en bronce que sirvió para preparar la dinamita de
un atentado. A ese almirez se le llamó “una llama-
da a la libertad”.
Le nombraron Director General de Telégrafos, y ya
en 1873 tomó posesión de su cargo como Minis-
tro de Fomento. Ese año firma la reorganización de
los estudios de Segunda Enseñanza necesarios pa-
ra aspirar al título de Bachiller, según Decreto de
3 de junio de 1873.
La actividad de este farmacéutico se puede considerar
variopinta porque también organizó y reglamentó los
servicios de los fareros, creó una división para la ins-
pección y vigilancia del ferrocarril; creó juntas de puer-
tos, el Jardín Botánico de Madrid.
En 1881 estableció en Vigo, en el tejado del Ayunta-
miento, un observatorio meteorológico traído desde
Inglaterra. Con pluviómetro, barómetro y anemóme-
tro, completado el conjunto con un reloj de bola.Así,
los vigueses podían tener una mínima previsión me-
teorológica y poner sus relojes en hora.
Su nombre aparecía en la prensa por cualquier moti-
vo. Lo mismo escribía obras literarias de contenido his-
tórico, como prologaba las memorias de Espartero.
En el ámbito científico escribió un Tratado de Minera-
logía, entre otras muchas obras.
Fue presidente honorario del Real Colegio de Farma-
céuticos de Madrid, ciudad donde murió en 1887
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Pliegos de Rebotica
´2015
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LOS BOTICARIOS
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lazareto san Simon
Mortero Chao expo