Revista Farmacéuticos - Nº 120 - Enero/Marzo 2015 - page 32

limbo de la
indecibilidad
; de hecho, los teoremas
de Gödel implican que algunos problemas que
no han sido resueltos todavía, en realidad
podrían no tener ninguna solución por mucho
que evolucione la ciencia y, en general, el
conocimiento y pasarían a integrarse en ese
purgatorio eterno del misterio
donde nada es
verdadero ni falso en términos de lógica humana.
Esto nos lleva a plantear una definición de caos
algo diferente de la teogonía griega clásica,
describiéndolo como la creciente complejidad a
la hora de establecer una relación de causalidad
entre dos fenómenos y la imposibilidad material
para determinar fiablemente la causa de un
efecto. A esta dificultad – ya de por sí extrema a
medida que crece la distancia espacio-temporal
entre dos fenómenos – hay que añadir otra no
menos relevante: la
irreversibilidad
a la que nos
condena la Segunda Ley de la Termodinámica.
Los fenómenos irreversibles se aprecian
fundamentalmente en los sistemas alejados del
equilibrio y conducen a nuevas estructuras
materiales que perduran y evolucionan hacia
nuevos estados; es decir, la materia
evoluciona
cuando está lejos del equilibrio, con lo que el
orden se convierte en enemigo de la fecundidad
y el caos aparece como la madre que gesta las
novedades... lo cual significa volver a Hesíodo.
La idea de la complejidad apoya la idea de que
en un planeta sin vida previa y con una química
muy elemental, la vida puede aparecer
espontáneamente y organizarse en formas cada
vez más sofisticadas. Lo que queda por entender
es qué tipo de reglas llevan a la emergencia
espontánea de configuraciones en nuestro
propio universo; en resumen, qué tipo de leyes
físicas hacen que este primer paso crucial hacia
la vida sea no solo posible, sino inevitable.
Como decía antes, el caos y la incertidumbre
forman parte constitutiva de la realidad. El papel
esencial de la incertidumbre ha sido confirmado
por la física cuántica; en la profundidad de los
campos cánticos, donde la materia y la energía
desbordan sus fronteras y las dimensiones
pierden su significado común, la incertidumbre
–no confundirla con la aleatoriedad– campa por
sus respetos. Esa incertidumbre es la que nos
impide conocer todas las características
individuales de una partícula subatómica al
mismo tiempo (principio de Heisenberg), aunque
la física estadística nos ayude a
renormalizar
y
entender el comportamiento global de los
sistemas. Ese impedimento es intrínseco; por
mucho que avancemos en la construcción de
detectores de partículas elementales y de rayos
cósmicos, seguiremos siendo incapaces de acabar
con esa condición de incertidumbre esencial.
A diferencia de esta incertidumbre intrínseca, los
sistemas caóticos sí tienen un comportamiento
paradójicamente determinista. Pero ser
determinista no significa que podamos predecir
el futuro en función del pasado, sino que
podríamos
llegar a conocerlo. O sea, llamamos
caos a nuestra ignorancia, confundimos
ignorancia con inexistencia, una igualdad que
sigue defendiendo tozudamente el
(neo)positivismo.
Que alguien sea incapaz de observar o entender
un fenómeno, no quiere decir que ese fenómeno
no exista ni sea explicable. Otra cosa es que la
explicabilidad
de todos los fenómenos tenga que
estar sujeta a las reglas de la lógica científica.
Nuestra mente consciente no está
adecuadamente preparada para aceptar la
impredictibilidad. Quizá sea porque disfrutamos
de una capacidad portentosa para generar
hipótesis sobre cualquier observación que
hacemos, hasta el punto de que todo lo que nos
llama la atención lo encajamos – aunque sea a
martillazos, como decía Nietzsche – en un
modelo que tenga algún sentido para nosotros.
Eso, que en principio es positivo, frecuentemente
se alía con nuestra generalizada estupidez,
hermana de la vanidad y prima del orgullo.
Precisamente, una de las mayores amenazas al
determinismo radical científico vino a través de
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Pliegos de Rebotica
´2015
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
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