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Se levantó ÁCIDO, su imagen de ambigüedad no
dejaba ver su especialidad. Podría ser un filósofo o
un crítico. Quizá un maestro, pero en todo caso
alguien necesitado de cambiar las cosas, un
inconformista a mitad de camino entre un
vanguardista y un maestro de escuela de pueblo.
Casi al mismo tiempo se alzó CORROSIVO. Su
primer movimiento fue acercarse a ÁCIDO, como
si necesitara su presencia y su vocación fuera
acompañar. La cercanía parecía afectar más a uno
que a otro. Uno imponía límites al otro, su campo
se estrechaba para los dos, pero de algún modo
ambos se sentían complacidos.
Se alzó QUE, lo hizo
como un elegante
portero de algún gran
hotel. Su presencia
evidenciaba la posibilidad
de conjugar dos
espacios gracias a su
oportuna facilitación.
De pronto sin advertir
su crecimiento apareció
un topógrafo, un
sombrero para defenderse
del sol, un chaleco lleno de
pequeños instrumentos de
cálculo y un nivel óptico de largo
alcance en una mano
mientras en la otra sujetaba
una escuadra. Era CASI. Incapaz
de cesar en su empeño de medirlo todo
por lejos que se encontrara.
Le siguió SIEMPRE.Vestía como un
monje, una presencia de absoluta
seguridad impregnaba su imagen
personal, seguridad y firmeza a partes
iguales capaz de explicar el tiempo, todo
el tiempo como si la muerte no
estuviera en el horizonte de su
conciencia.
Apareció correteando un niño. Era SALPICA, un
impermeable y botas de agua indicaban su pasión
por los líquidos, aunque de su desordenado
movimiento se infería una cierta incapacidad para
controlarlos. Su impermeable amarillo y las botas
azules recordaban a un escolar de vuelta a casa en
un día de mucha lluvia.
Siguiéndole con la mirada se alzó MANEJA. Era un
trabajador de la construcción o quizá del sector
del metal. De su cinturón colgaba una bolsa con
herramientas. La actitud de SALPICA le inquietaba,
no
dejó su posición, su mirada se entretenía tanto en
seguir al niño como en buscar alguna complicidad.
La última palabra en alzarse fue AL. Se trataba de
un repartidor, de esos que llevan paquetes puerta
a puerta. Antaño se hubiera considerado un
recadero. Actualmente un profesional de logística,
en todo caso un repartidor.
Las palabras se miraban unas a otras en una
especie de algarabía silenciosa, ninguna
comprendía su fin, la razón de tales
compañías. Algo les faltaba, en breve
empezaron a sentirse incómodos y
comenzaron a discutir en silencio, todas
querían irse, nada les incitaba a
permanecer en ese mismo renglón.
Apiadado de su dolor quise acabar con su
sufrimiento y puse orden dando sentido a
cada uno de los pequeños espacios que
ocupaban sobre el blanco papel. Entonces
enuncié en voz alta:
“
La verdad es un ácido corrosivo que casi
siempre salpica al que la maneja
”
Regresó el orden, sus semblantes se calmaron, de
nuevo conjuraron su propio sentido
conjugando una frase en la que cada cual
ocupaba un lugar. Sin alguno de ellos la frase
habría perdido su significado y aunque en solitario
nada tenían que ver ni con las otras palabras ni
con el sentido mismo del enunciado, bastó una
frase para que las palabras volvieran a fluir.
Este ejercicio movió alguna mariposa del alma en
mi cerebro, porque al terminar acudió a mi
conciencia una conclusión, lo que incrementó aún
más si cabe mi gratitud por hombres y mujeres
entregados con firmeza a mejorar nuestro mundo.
Los datos abundan, la información decae, el
conocimiento es esquivo pero la verdadera
sabiduría es un don que no puede ser ajeno al
corazón.
Pliegos de Rebotica
2019
FABULA