Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 37

E
E
n una ocasión, hace tiempo, cuando
escribir podía convertirse en un ejercicio
de lo absurdo, en un juego cuyo único
propósito era servir a mi propio
divertimento sin más pretensión que
pasar el tiempo, un tiempo que entonces se
percibía como infinito, imaginé que podía escribir
cualquier frase con un sentido concreto para
después dar vida a cada una de sus palabras.
Así lo hice y la frase resultante cumplía la única
condición auto impuesta: Contener un sentido.
Traje a colación de mi fantasía una frase de D.
Santiago Ramón y Cajal: “
La verdad es un ácido
corrosivo que casi siempre salpica al que la maneja
”.
De un modo instantáneo, sin reflexión volitiva,
imagine a uno de los más ilustres científicos de
nuestra era atravesando momentos difíciles por
empeñarse en demostrar lo que para si ya sabía.
Pero en eso consiste ser un sabio, en enseñar a
otros lo que para el maestro resulta obvio.
Tras ese breve e involuntario instante de
empatía casi melancólica, inicié el juego.
Puse a cada palabra en su lugar y luego
dejé que emergieran con identidad
propia que tomaran cada una su propia
forma antropomórfica.
Primero tomó cuerpo LA, se alzó
como una mujer de mediana edad de
austera apariencia, como si de una
institutriz escocesa se tratara. Altiva,
dominante, sabedora de reglas
perfectas, de esas reglas que no pueden
incumplirse porque de hacerlo algo
muy malo puede pasar. Se alzó en una
figura recta, femenina, determinante y
singular, importante en su acompañar. Al
otro lado de la frase se elevó su
compañera, de similares
características, pero un poco
menos austera.
Ambas se
miraron y
reconocieron
desde la distancia, aunque no hicieron ni tentativa
de acercamiento, ambas se quedaron sujetas a su
lugar, impasibles y con la mirada perfectamente
ajustada al horizonte artificial de sus códigos
personales.
Entre tanto se alzó ES, apuesto, con atuendo
deportivo de esos que pueden llevar quienes
entrenan a otros. Miró con viveza, como con ganas
de hacer que todo se mueva a su alrededor de
manera inmediata, aunque incapaz de moverse a si
mismo, como un auxiliar que no puede hacer nada
por si mismo pero capaz de grandes obras
movilizando a otros. Aparentaba pura motivación,
su presencia no alteró la de ninguna LA que a
penas si atendieron su presencia.
Entonces se alzó VERDAD. Lo hizo como una
mujer de aspecto medio, no sabría decir si se
trataba de una campesina o de la presidenta
de una gran corporación. Su aspecto era
común, dada a la soledad, sin embargo,
en esta ocasión la mirada de ES indujo
una especie de vitalidad en su
expresión, como si al ponerse en
contacto visual su dinámica
cambiara hacia una posición más
integrada.
Cuando UN se alzó apareció como un
hombre doblado por el trabajo, como si alguna
pesada carga hubiera torcido hacia
al suelo su esqueleto, vestía
traje de oficinista,
perfectamente arreglado,
pero de poco precio,
anodino, aunque
cuidadosamente
esmerado.
FABULA
Javier Arnaiz
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Pliegos de Rebotica
2019
Palabras
vivas
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