Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 48

E
E
l ser humano se ha especializado en grandes
hazañas y también en los peores cometidos
imaginables. Constituimos una especie que
alberga sueños imposibles de cumplir y planifica
metas que, en muchas ocasiones,se encuentran
al borde de la locura.
Los resultados pueden ser espectaculares o catastróficos
y rara vez no traen consecuencias de mayor o menor
calado; también rara vez no existe una mente en la
sombra que encuentra sugerentes atractivos económicos
detrás de estas empresas desmesuradas y atenúa posibles
escrúpulos o contemplaciones con el fin de alcanzar sus
pingües objetivos.
La historia del Everest no empezó, como muchos nos
quieren hacer creer ahora, hace sólo unas decenas de
años cuando aquel 29 de mayo de 1953, Edmund
Hillary, un neozelandés casi cuarentón, y su sherpa
acompañante,Tenzing Norgay, alcanzaron una cima que
nunca antes había sido hollada por el hombre (o la
mujer, para evitar las precarias descalificaciones del
feminismo más trasnochado).
Los dos estuvieron admirando el incomparable paisaje de
la cordillera Himalaya poco más de quince minutos antes
de emprender el descenso. No hay constancia ni
rumorología al respecto, pero es muy probable que, para
celebrar el éxito, echaran un cigarrillo e incluso lo
compartieran, tirando después la colilla en la inmensidad
nevada para abrir, también en el Everest, una de las más
lamentables huellas de nuestro paso por el planetaTierra:
la siembra con despojos contaminantes hasta el más
remoto confín del mundo que nos cobija.
Las leyes de la madre Naturaleza
Han sido precisos más de 60 millones de años para que
nuestro globo terráqueo vea alterado, también en la más
alta de sus cumbres, su ritmo y sus reglas por la mano y
la presencia del hombre. En poco más de seis décadas,
los cadáveres de personas enterradas bajo la nieve de las
faldas del Everest se pueden contar por decenas y los
desechos y la basura allí abandonados se cifran en
toneladas.A esto se añade que, cuando las previsiones
meteorológicas son relativamente benignas, se forman
grandes atascos de personas que, más en calidad de
turistas ansiosos que de montañeros expertos, inundan
las distintas vertientes para ascender a esta
Chomolungma –vocablo tibetano que define este pico
como la
santa madre del universo
– sin tener demasiadas
garantías para efectuar un descenso seguro y razonable.
Al parecer las agencias especializadas, también en esto
hay especialistas, recomiendan las fechas de finales de
mayo para la gran aventura. Si los vientos no corren a
más de 220 km por hora como suelen frecuentar por
aquellas alturas y no hay peligro de avalanchas, es buen
momento porque se anticipa unas semanas a las lluvias
monzónicas. En ningún caso caben deslices o frivolidades
porque estamos hablando de condiciones extremas.
La aclimatación a la altura, la adaptación al uso de
oxígeno, las pautas de comportamiento ante las inmensas
moles de nieve congelada, el uso de material aislante de
primer nivel y muchos otros detalles, incluidos los
burocráticos exigidos por el gobierno chino, son
cuestiones tan innegociables como el enorme coste que
la agencia de viajes impone a la firma del contrato que
contempla todo tipo de seguros y avala el cumplimiento
de unos requisitos mínimos. Estas empresas tienen
suficientes garantías para cubrir sus anchas espaldas si se
les exigen responsabilidades después por un accidente o
alguna desgracia que asole o se cierna sobre cada uno de
los campamentos base o en la misma ascensión definitiva.
El asunto no pasaría a mayores si no fuera por el
dramatismo que acompaña a estas excursiones
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José Vélez García–Nieto
SOLES DE MEDIANOCHE
Pliegos de Rebotica
2019
Everest
mito y muerte
El escalador neozelandés Edmund Hillary y el Sherpa Tenzing Norgay
beben una taza de té justo después de llegar al Everest.
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