Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 32

diluvio y durante dos días no nos separamos ni un
minuto. ¿O fue sólo un amor de dos horas? Da igual,
en cualquier caso duró muchísimo tiempo, tanto, que
desbarató mi vida.Apareció una tarde en que salía yo
corriendo para resguardarme del aguacero, cuando al
cruzar los Jardines de Gracia perdí una bailarina
nueva, con todo y su hebillita dorada.Andaba como
una loca rebuscando entre la tierra removida cuando
de alguna parte apareció un paraguas flotando. Se
apartó un mechón reluciente, aplastó una gota que le
rodaba por la nariz y, sin más, me ofreció su ayuda.
Era mi Luis.
—¿Un zapato? —sacudiéndose el agua de la
gabardina—, ¿no me digas que se te perdió un
zapato?
No, lo encontramos. Llovía tan torrencialmente
que apenas si veíamos a un palmo. Desistí.
Desistimos. Con un impulso seco lancé la otra
bailarina más allá de los setos. No me quedaba
más que romper a reír ante aquella insólita
situación: descalza y ensopada hasta la ropa
interior, bajo la precariedad de un único paraguas.
—Son inútiles —su rostro acaparaba las últimas
luces del día dentro de cada
gota—, con la que cae no
valen paraguas. Toma,
cálzate.
Me entregaba sus
zapatos. De
repente me vi dentro
de unos zapatos de piel, de
un beige embozado por el
barro, casi diez números más
grandes que mis malogradas
bailarinas.Y así, salvando charcas en
dos carretillas del 45 y con las
caricias de Luis en mis caderas,
alcanzamos una pensión a cuyas
puertas y, ante la despintada luz de
una farola de cine, me tarareó entera
el
Singin’ in the Rain
de la METRO
mientras bailaba bajo las cataratas de
un canalón, con el paraguas bocabajo
y las perneras arremangadas hasta
más allá de la rodilla.Y no me bailó
claqué porque me había traspasado
sus zapatos. Nada que envidiar a
Gene Kelly. Lo juro por lo que me
hagáis jurar.
Y ahora viajo en un vagón de la
línea naranja con Luis a mi lado. O al
lado de Gene Kelly, que mi memoria no
es sino un puzzle revuelto con piezas de
distintos rompecabezas. Aunque ahora
que caigo: Luis debe aparentar ya una
edad. Mucho mayor que la del pasajero del
sombrero fedora, traje azul aviador y charquito en
la contera del paraguas, cual meada de gato. Más o
menos de tu quinta, Olvido, que pronto se te
olvidarán los años que tienes.Y con este moño en
el pelo al más puro estilo Rotenmeyer, tú que
ejerciste de estilista; y esta chaqueta de tweed a
cuadros de tercera generación; y el vestido que
me llevas debajo, que no pega ni con cola, y este
cutis tuyo, que no ha visto en años una
hidratante; y estas uñas incoloras… ¿continúo?
Pero yo ya no hago caso de esas voces que me
llegan del otro lado de la luna. Porque una
también tiene su autoestima y muchas chicas a los
veinticinco son más viejas que yo.
—Llueve muchísimo, ¿no? —aparto la vista del
ajedrez de los sudokus y le pregunto como una
boba, directamente al baile avieso de sus ojos —
¿Dónde se subió al metro para ponerse de ese
modo?
It was not raining
—con el más puro acento de
Pittsburgh, Pensilvania—. Perdona usted: en calle
no nada llueve.
Otro que me toma el pelo. En la Casa también se
mofan de mí. Olvido, ¿vas al cajero? Olvido, ¿has
quedado con tu novio? ¿lleva paraguas, señorita
Olvido? Conocen pormenores de mi vida que yo
ya olvidé. Aunque para mí como si se les cae
encima la estatua sedente de la fundadora de la
Orden. Pero yo, aquí en el metro y a lo mío. Me
lo quedo mirando y pienso que los hombres
guapos están más guapos con el pelo mojado. Me
lo remiro y le pregunto que cómo es que viene
mojado como un pollo si dice que afuera no
llueve.Y para qué entonces el paraguas, ¿eh?
Me pasea su mirada por el fondo de mis pupilas,
como miran a las actrices los dioses del celuloide.
He venido a rodar un spot, me confiesa, arañando
palabras en castellano; para una conocida marca
de cava.
—Es por la
Christmas season
—levanta la mano
con una copa inexistente, en un brindis a la salud
de la sudadera de algodón, calzón de camuflaje y
taladro de metal en la lengua, que acaba de
abordar mi vagón de la L9—. Es por un bebida de
champagne en la Ti-Vi, ¿ok?
Cruzo las piernas, cierro el sudoku y guardo el
bolígrafo. Reordeno los latidos de mi pensamiento
para no perderme. No me encaja un astro del
blanco y negro en un tren de color naranja.También
se me hace raro un set de grabación sin camerino
donde cambiarse de ropa. Pero hay veces que la
memoria se deforma y me crea estos vacíos en el
tiempo.Al fin, no me queda otro remedio y admito
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Pliegos de
Rebotica
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