Esta frase dicha con solemnidad y
pausada altanería parecía dar al
alfarero una salida, pero su contenido
solo expresaba la imposibilidad de
escapar del cargo en el que se había
visto envuelto.
El alfarero reflexionó y
enseguida, con voz tenue, ritmo
pausado y la mirada tirada al suelo
contestó.
–Difícil meta me impone usted gran señor. Pero no
puedo dar la espalda a una petición venida de tan alto y
digno mandatario del rey. Si me permitís trabajar esta
noche y dejar durante toda la jornada el fruto de mi
trabajo en un lugar soleado de vuestro palacio,
intentaré dar curso a su propuesta.
El gobernador no pudo evitar una sonrisa burlona, pero
accedió al juego, aunque solo fuera para mayor regocijo
de su engreída inteligencia.
–¿Qué necesitáis?
–Un ayudante y un lugar para trabajar en secreto
porque si logro la hazaña que solicitáis no debiera
compartirse con nadie más que con la noble sabiduría
que la impulsa.
Al alfarero le fue asignado un ayudante, un criado
cercano al gobernador y acostumbrado a servir a su
señor más allá de lo que exigía el cargo y recomienda
el sentido común.
El alfarero pidió 840 gramos de arcilla del lugar, 240
gramos de feldespato muy molido y 120 gramos de
tierra tomada del camino que llevaba a palacio y a todo
esto añadió un litro de agua salida del pozo de los
jardines de la casona palaciega.
Exigió que todo ello fuera medido con exactitud y que
tras entregárselo deberían dejarle solo en su labor.
Una vez recogido el material, el alfarero lo mezcló y
con el resultado elaboró una vasija pequeña, de forma
descuidada y poco vistosa.Al fin y al cabo, los
materiales respondían a la fórmula del barro común.
Después escribió en una nota:
Tómense 840 gramos de arcilla del lugar, 240 gramos
de feldespato muy molido y 120 gramos de tierra
tomada del camino que lleva a palacio y a todo esto
añádase un litro de agua salida
del pozo de los jardines de
este mismo lugar.
Combínense con cuidado
todos los
componentes
hasta
construir una masa uniforme que
pueda darse forma. Hágase una bola
del tamaño de la palma de la mano,
después se aplasta hasta obtener una
forma redonda y plana de trece
centímetros de diámetro. Rule masa
de un centímetro de grosor y
enróllense hasta siete de ellos el
primero alrededor de la base y los
siguientes unos sobre otros. Después alísese
el interior y el exterior. Con el barro restante
elabore una tapa plana de similares características a las
de la base.
Hecho lo anterior, escríbase una nota en los
mismos términos que la que se ha leído para
elaborar la vasija, dispóngase la nota en el interior y
cierre la vasija con la tapa.
El alfarero introdujo la nota en la vasija hecha del
mismo modo descrito en la nota y cerró
herméticamente la vasija. Luego llamó al criado y pidió
que le condujera al lugar más soleado de la casa, eso si,
una vez vencida la oscuridad de la noche. La vasija,
envuelta en un pañuelo y llevada entre las manos del
alfarero como un delicado tesoro fue dejada sobre una
pila a la que regaba el sol durante todo el día.
Hecho esto, el alfarero se dirigió al criado, esta vez con
autoridad, sin dejar espacio para la duda.“Mañana, al
atardecer la obra estará completa. Me marcho a
descansar mi cuerpo y mi espíritu, ambos
agotados por la labor encomendada.”
El alfarero aprovechó lo que quedaba de
noche para cargar su carro y
emprender el camino de
regreso al sitio que si podía
considerar su hogar.Allí fue
bien recibido, nadie le reprochó
haberse ausentado porque todos
compartían la alegría de su regreso.
De lo que el gobernador hiciera con la
vasija, nada se supo porque a nadie le
preocupaba, de ser un hombre superior a las pasiones
que a todo ser humano impulsan, habría comprendido
que el valor de un vaso está en el vacío que contiene y
que ese vacío puede ser rellenado con el más sublime
contenido, el conocimiento, tanto que solo así el vaso
es capaz de contenerse a sí mismo. En el mejor de los
casos el gobernador habría entendido que incluso la
vida y sus más hermosas expresiones adquieren su
valor en el vacío capaz de contener la conciencia, que
únicamente así la vida puede contenerse a sí misma.
Aunque, en el fondo, el alfarero sabía que no debía
regresar a aquella comarca, ni siquiera pasar cerca de
sus fronteras porque lo más probable es que el tirano,
arrastrado por su miserable condición y vencido en su
arrogancia se hubiera llenado de odio y rencor.
38
Pliegos de Rebotica
2018
FABULA