H
H
ablar de Manolete, tanto para legos como
para amantes de la tauromaquia, supone ha-
blar del, quizás, más grande torero de la his-
toria, del Mito, de un ídolo de masas en un
momento de la historia de nuestra querida
España en la que era necesario un elemento dinamizador
capaz de generar ilusión, para superar los tenebrosos re-
cuerdos, las divisiones y dificultades, los enfrentamientos,
rencillas y rencores, miserias humanas en definitiva capa-
ces de ahogar la convivencia.
Manolete supo dar carta de naturaleza, y magisterio,
al Arte de Torear enseñando cómo han de hacerse las
distintas suertes para que ese Arte singular y único, efí-
mero e irrepetible sea capaz de emocionar al “respeta-
ble”, de detener el tic tac del reloj que marca el tiem-
po de la vida enardeciendo a los espectadores ante tanta
belleza y armonía, no en vano el Toreo después de Ma-
nolete, el toreo moderno, no es concebible sin el lega-
do del Maestro.
Pero quién era Manolete? Manuel Rodríguez y Sán-
chez nace en Córdoba, el 4 de julio de 1917, en su “có-
digo genético” estaban nítidamente marcadas las señas de
identidad, los avatares de su destino; el triunfo y la muer-
te, la gloria para la eternidad, y el toro como pasión y en-
trega para llegar al Olimpo y sentarse en el sitial reser-
vado tan solo a los Dioses.
Sus padres Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”, y
Angustias Sánchez Martínez sentían la tauromaquia; el pri-
mero era torero y ella estuvo casada en primeras nup-
cias con Rafael Molina “Lagartijo Chico”. La muerte había
alcanzado a la familia; su tío abuelo.“Pepete”, había muer-
to corneado por Jocinero, un bravo toro de
la ganadería de Miura el primero de este im-
portante hierro, causante de la muerte de un
matador.
No es extraño pues que en el hogar fa-
miliar se respirase torería y lo que ello con-
lleva; sinsabores, alegrías, dificultades, compe-
titividad, valladares, en definitiva luces y
sombras de esta profesión y tal vez esas ex-
periencias eran suficiente motivo para no de-
sear que Manuel se dejase guiar por su vo-
cación: ser torero.
La pronta muerte de su padre, la rebel-
día ante la desgracia, el amor a su madre y
la fuerza de la sangre que a borbotones in-
suflan su corazón le llevaron a dedicarse en
cuerpo y alma, tras abandonar los estudios
que nunca le gustaron, a ser torero.
Supo aprender de los grandes, Joselito y
Belmonte marcaron su modo de entender la
tauromaquia. Su apoteósica carrera fue una
oda divina cargada de néctar y ambrosia sustento tan so-
lo reservado para los Dioses, tesón, esfuerzo, personali-
dad, superación y responsabilidad fueron imprescindibles
para llegar a ser el primero del escalafón.
Su toreo fue un inacabado poema con cadencias má-
gicas, temple mando y sobre todo ligazón, misterioso em-
brujo capaz de emocionar a los aficionados anhelantes
de ver al Maestro. El tiempo se detiene al verle torear al
natural, sus manoletinas mirando al tendido, los redon-
dos, la pureza y autenticidad del toreo fueron capaces de
ilusionar y enardecer al “respetable”, impregnó Manole-
te los carteles, fue el admirado, el ídolo de la afición. Pe-
ro una fatídica tarde, 28 de agosto de 1947, en Linares,
“Islero” un miura, negro entrepelado, ¡otra vez un miu-
ra! en el ritual de la onírica danza entre la vida y la muer-
te alcanzó con sus defensas el cuerpo del Maestro hi-
riéndole de muerte, fallos humanos, que no viene a
cuento reseñar, coadyuvaron a no ahuyentar la misterio-
sa sombra de la muerte que acechaba y pudo, al día si-
guiente, con su ser. Manolete abrazó la muerte cómo vi-
vió; con entrega y dignidad, haciendo valer la verdad de
la Fiesta. En palabras de Gerardo Diego:
El toreo –aclaras-
te–como empresa/ de estética ambición y humano
alcance,/símbolo de gloria de una mente expresa
/. Manole-
te fue ídolo y hoy es indiscutible Mito
Pero el mito era hombre y en este aspecto quiero ha-
cer hincapié porque Manolete fue, para los que disfruta-
ron de su amistad, una excelente persona, introvertido,
preocupado por los demás, amante de la naturaleza y de
una gran sencillez y generosidad.
Son sobradamente conocidas las pasiones de Manuel
Rodríguez: Su madre, Dª Angustias, la tau-
romaquia, y su gran amor; Antonia Bron-
chalo, más conocida por “Lupe Sino”. De
Manolete y Lupe Sino se ha escrito tanto
y con tantas interpretaciones que hay para
todos los gustos, ahora bien denominador
común de ellos es que él estaba profunda-
mente enamorado de Lupe.
El Mito, el ídolo de masas, necesitaba
de vez en cuando, como cualquier ser hu-
mano, alejarse de tanto elogio y alabanza,
huir del ruido aturdidor del halago, encon-
trarse consigo mismo, con el silencio y la
verdad, descansar disfrutando sencillamen-
te de los grandes y pequeños placeres que
te ofrece la vida como a cualquier ser hu-
mana, y para ello Manolete gustaba de ir a
pasar temporadas a Fuentelencina, una vi-
lla que se asienta en la meseta alcarreña,
con especiales condiciones climatológicas y
medioambientales con un importante pa-
39
ROSA BASANTE POL
Pliegos de Rebotica
´2017
●
DESDE EL CALLEJON
●
En el centenario del nacimiento y en el
70 aniversario de la muerte de
Manuel Rodríguez
Sánchez : Manolete