Revista Farmacéuticos - Nº 125 - Abril-Junio 2016 - page 15

E
Beatriz Aznar Laroque
E
ran tiempos duros para la capital del reino.
En el Madrid de entonces, el de los duendes,
los caminos cómodos no existían, solo había
charcos y barrizales, malos olores, calles co-
mo estercoleros. La higiene brillaba por su
ausencia, y también las enfermedades y la ignorancia.
Es la época de los Austrias menores. La peor.
Muere Felipe IV y Mariana de Austria, su segunda
esposa, se convierte en viuda y regente con poco más
de veinte años.
En la corte de Carlos II y en las monarquías eu-
ropeas, lo que reinaba eran inquietudes y ambiciones.
Un trono estaba en juego.
Eran los finales del convulso SXVII. En el Alcázar,
la reina viuda, sin dotes ni carácter es dominada por
el padre Nithard, su valido inútil, incapaz de gobernar.
Aun es peor el siguiente favorito, Fernando de
Valenzuela “El duende de palacio”, un chismoso que
llega a gobernante, oportunista sin escrúpulos, co-
rrupto y amante de la reina según el rumor popu-
lar. En los mentideros se tacha de frívola a Mariana
de Austria.
Durante el reinado de Carlos II se utilizaban para
sembrar opiniones, campañas de propaganda oral o
impresa. Así se derribaron a Nithard y a Valenzuela.
Sería entonces cuando surgió la patraña del duende.
En el lugar donde actualmente hay edificios, entre las
calles de “Los mártires de Alcalá”. “Duque de Liria” y
la “Plaza del seminario”, entonces una zona casi des-
ierta, se construyeron las primeras casas del siglo VIII.
Era el final de Madrid.
Estaban cerca del Alcázar y la que nos ocupa sir-
vió para los criados y personal del rey.
Tuvo varios dueños y fue cuando la compró Valen-
zuela, “El correveidile” de la reina, cuando empezó a
llamarse “la casa del Duende”.
Cuentan que unos hombres de mala catadura lle-
gaban con la noche sigilosamente embozados.
El sigilo se acababa cuando empezaban sus juer-
gas, juegos y apuestas de dinero que siempre llevaban
a discusiones y broncas. Se decía que el más juerguis-
ta era el valido, pero no se ha podido probar.
Lo sucedido fue, que una de esas noches de tim-
ba y jarana se abrió una puerta que daba al salón del
juego y apareció un curioso hombrecillo bajito y bar-
budo que airadamente exigió silencio.
Como los jugadores seguían en las mismas los que
aparecieron fueron veinte hombrecillos como el pri-
mero que la emprendieron a latigazos con los tahú-
res hasta que les echaron.
Fue el principio de un desfile de moradores en
aquella casa misteriosa. Cada uno contaba su historia
con los aparecidos enanillos. El caso era que los duen-
des tenían buena voluntad y querían ayudar, pero la
intransigencia de aquella gente pacata y temerosa no
ayudaba y los duendes terminaron por desaparecer.
Así era la España de los Austrias menores, ignorante
y crédula.
El vecindario escandalizado creyó que aquella ca-
sa tenía algo infernal y mágico y solicito un exor-
cismo a la Iglesia. Buscaban seres misteriosos y so-
l o e n c o n t r a ro n u n e s c o n d i t e d e g o l f o s y
malhechores que salieron corriendo. Ni rastro de los
duendes.
No eran solo las gentes de pueblo, la brujería lle-
gaba hasta el Alcazar.
En los últimos días de marzo al llegar la primave-
ra los médicos tenían la costumbre de eliminar los
malos humores con una sangría higiénica.
Fue entonces cuando la reina madre contó que
meses antes descubrió un tumor en el pecho que se-
guía creciendo.
Se envió a Madrid un aldeano manchego de los
que llaman santiguadores que prometió curarla. El tra-
tamiento consistía en echar bendiciones con un cru-
cifijo diciendo.
–Yo te santiguo “Dios te salve”.
Dos veces al día durante nueve días,
En ese tiempo los médicos no podían aplicar sus re-
medios.
No sirvió de nada, pero al menos fue inofensivo,
no la tortura del rey, su pobre hijo que paso toda la
vida entre médicos, remedios inútiles. víboras pulve-
rizadas, veneno de cantárida y exorcismos…. Y dos
frailes durmiendo en su alcoba para protegerle del
diablo.
Cuando se habla del “Siglo de Oro”, el XVII, se
refiere exclusivamente a la riqueza cultural, a la in-
teligencia de cabezas privilegiadas, que nos dejaron
su herencia duradera hasta nuestros días.
Pliegos de Rebotica
2016
15
Ilustración de la Casa del Duende en el libro Madrid Viejo
de Ricardo Sepúlveda (1887) - ABC
Aquel Madrid….
Tan pintoresco
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