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ermítame definir a la mente como un
proceso dinámico mediante el cual un
individuo puede disponer de una cierta
representación –en cualquier forma y
complejidad– de la realidad y actuar de
acuerdo con ella. En términos estrictamente
biológicos, podemos considerar que la mente es la
consecuencia de la actividad de un conjunto de células
con propiedades electroquímicas muy peculiares,
denominadas neuronas. La mente, por tanto, requiere
actividad neuronal… pero no toda actividad neuronal
supone un proceso mental, lo que nos lleva a
considerar que la mente es un proceso complejo que
no puede ser descrito satisfactoriamente en términos
elementales de destellos electroquímicos neuronales.
Según Antonio Damasio [
Y el cerebro creó al
hombre
], la mente surge cuando la actividad de los
pequeños circuitos se organiza a través de grandes
redes y componen patrones momentáneos que
representan cosas y acontecimientos situados fuera
del cerebro, aunque algunos de estos patrones
representan también el propio procesamiento que el
cerebro lleva a cabo.
En realidad, ni siquiera deberíamos identificar
exclusivamente la mente con el cerebro, ya que éste
no es el único responsable de la mente. De hecho, no
habría mente si no hubiese un cuerpo con el que
tener funcionando el cerebro; en otras palabras, el
cerebro no es un órgano autónomo,
sino que su función es global y
orgánica ante todo. Posiblemente, la
propia evolución del cerebro vino
de la mano de la necesidad de hacer
frente a la progresiva complejidad de
otras funciones corporales.
Damasio nos dice que la
conciencia es una portentosa
aptitud que consiste en tener una
mente provista de un propietario, de un
protagonista para la propia existencia, un
sujeto que inspecciona el mundo por dentro
y a su alrededor, un agente que en apariencia
está listo para la acción. Como se ve, la mente
aparece –según Damasio– como un escalón
inferior en el desarrollo de la conciencia; es
decir, tener una mente no supone tener una
conciencia, pero la conciencia requiere de la existencia
previa de una mente y ésta, de alguna manera que
todavía no conocemos en profundidad, necesita un
complejo soporte anatómico-fisiológico que no es
otra cosa que el sistema nervioso, formado por el
cerebro y otras estructuras neurológicas
estrechamente relacionadas con él.
Es decir, la conciencia parece ser el escalón
superior de la escala compleja que comienza en la
especialización de ciertas células para captar datos,
tanto externos como internos; de ahí emerge una
mente que, al evolucionar e intentar comprender y no
solo percibir y actuar, acaba siendo la fuente de la que
surge la conciencia.Así pues, la conciencia es una
propiedad emergente y no un proceso en y por sí
mismo, como reconoce Michael Gazzaniga [
¿Qué nos
hace humanos?
].
Todo lo anterior nos sugiere abiertamente un
proceso evolutivo basado en la complejidad, en el que
se constituyen planos superiores irreductibles a sus
componentes; de células especializadas con capacidad
de transferencia de información en red (neuronas),
pasamos a la formación de una mente y de ésta a la
conciencia. ¿Qué sentido evolutivo tiene la conciencia?
¿Qué hemos ganado los seres humanos como especie
teniendo conciencia? ¿Nos hace más fuertes o
resistentes ser conscientes de nuestro entorno y, aún
más, de nosotros mismos? Damasio
defiende que la conciencia nace y se
hace gracias al valor biológico, como
colaboradora de la gestión más
efectiva del valor de la vida. Incluso
afirma que la conciencia es un
concierto sin director, que a
medida que se va desarrollando, el
director cobra existencia: el
concierto ha creado al director.
Acepto como evidente que el desarrollo de
la conciencia, en general, y de la
autoconciencia, en particular, ha debido
contribuir sustancialmente a la supervivencia
e incluso a la evolución moderna del
hombre. Puestos a hacer hipótesis, ¿por qué
no plantear que los músicos, los instrumentos, las
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SANTIAGO CUÉLLAR
Pliegos de Rebotica
´2015
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LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
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Cerebro, mente
y conciencia