Revista Pliegos de Rebotica - Nº 123 - Octubre/Diciembre 2015 - page 34

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Pliegos de Rebotica
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importante, de crearla. ¿Qué
sentido evolutivo tiene esa
complejidad, cuando una rata o
una cucaracha consiguen adaptarse
al entorno natural mucho mejor
que el hombre? ¿Qué exigencia hay
para que la evolución estire la complejidad
hasta el infinito? No deberíamos quedarnos solo
en las primeras preguntas.
Cerebro singular
No solo el cerebro hace único al hombre en
relación con el resto de las especies animales. Más
allá de esto, cada cerebro humano es único e
irrepetible, con diferencias entre cada una de las
personas que se manifiestan en varios niveles.
Aunque la variabilidad genética que heredamos de
nuestros padres desempeña un papel importante,
incluso los gemelos idénticos criados por los
mismos padres pueden diferir notablemente en su
funcionamiento mental, en su forma de
comportarse y en el riesgo de padecer una
enfermedad mental funcional o neurodegenerativa.
Tan importantes, al menos, como la herencia
genética son las experiencias cotidianas; éstas
pueden fortalecer las conexiones entre
determinados conjuntos de neuronas y, además,
existen otros factores como las mutaciones
puntuales o la modulación genética, tanto durante
las fases tempranas del desarrollo del embrión
como en etapas posteriores de la vida ex utero.
Durante la primera década del siglo XXI se han
descubierto (Fred H. Gage,Alysson R. Muotri.
La
singularidad de cada cerebro
. Investigación y Ciencia,
2012; mayo 2012; pp. 14-19) unos genes muy
peculiares que parecen actuar preferentemente en
las células del cerebro. Se trata de los
trasposones
o
genes saltarines
.Aunque están presentes en casi todas
las especies, su actividad en el cerebro humano
parece ser especialmente relevante, insertando
copias de sí mismos en otras partes del genoma y
alterando el funcionamiento de la célula.Todo ello
determina que cada célula donde interviene
específicamente un
trasposón
se comporta de forma
distinta a las células vecinas, aunque éstas sean
histológicamente idénticas. De acuerdo con lo
anterior, podría esperarse que si se dieran muchas
de estas inserciones en múltiples neuronas podrían
aparecer diferencias sutiles – o incluso no tan sutiles
– en las capacidades cognitivas, en los rasgos de
personalidad o en la propensión a padecer
determinadas alteraciones neuropsiquiátricas.
¿Por qué la evolución ha permitido la
persistencia de un proceso que hace variar la
programación genética de un individuo? Es
posible que al inducir variabilidad en las
células del cerebro, los
trasposones
doten
a los organismos –y en especial a los
seres humanos– de la flexibilidad
necesaria para adaptarse con más
rapidez y eficacia a las
circunstancias cambiantes del
medio. En cualquier caso, es una
cuestión más que guardamos en el
enorme cajón de los temas no
resueltos.
Antonio Damasio defiende la idea
de que el cerebro levanta mapas del mundo a su
alrededor, así como de sus propias actividades,
experimentándolos como imágenes en la mente
humana, y a medida que las experiencia vividas
son reconstruidas y repetidas, son reevaluadas e
inevitablemente reordenadas, en términos de su
composición factual y acompañamiento emocional.
Se trata de una mente de la que no solo somos
conscientes, sino de la que nos sentimos
propietarios. Ese sentimiento de existencia
conciencia
– carecería de sentido si no fuese
acompañado de otro no menos importante, la
propiedad de la mente, es decir, la autoconciencia o,
si el lector lo prefiere, la
subjetividad
. En definitiva,
saber que somos.
Las dos anteriores conducen a una tercera
propiedad de la mente humana, que consiste en la
capacidad para verse a sí misma como si fuera un
ente diferente, hasta el punto de creernos capaces
de dialogar con nosotros mismos. Esto es algo
absolutamente inabordable desde la biología animal
y sobre lo que ya reflexionó Platón hace veinticinco
siglos. Él acabó adoptando una posición dualista,
esto es, la consideración de que el cuerpo y la
mente son dos entidades independientes y
separables.
El dualismo ha pervivido hasta nuestros días,
enmarañado en diversas ontologías o formas de
entender al hombre. En algunos casos ha sido
empleado, como señala Agustín Udías
Ciencia y
religión. Dos visiones del mundo
], para tratar de
solucionar los problemas del materialismo,
aceptando la realidad del ámbito del espíritu en el
hombre. En cualquier caso, queda el problema de
cómo pueden relacionarse estos dos mundos
aparentemente inconexos, uno totalmente
determinado y el otro libre.
Sea como fuere, es cierto que, al menos
funcionalmente, percibimos un cierto grado de
separación entre nuestra mente y nuestro cuerpo.
Somos capaces de mover las manos al mismo
tiempo que escuchamos música y meditamos
acerca de las últimas noticias políticas; esta
capacidad nos permite reflexionar sobre cada una
de las acciones conscientes que realizamos.
Esperamos encontrar sentido en nuestras acciones
porque somos conscientes de ellas, pero la
búsqueda de ese sentido específico en cada uno de
nuestros actos individuales nos sugiere algo
más. ¿Por qué no buscárselo a la vida
entera? ¿Por qué no buscar el sentido
de nuestro universo y el de toda la
existencia?
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