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ocas veces una sola canción ha dado
tanto de sí; pocas veces un autor ha
sido tan tardíamente reconocido; pocas
veces una simple melodía ha estado tan
presente en perdones, reconciliaciones,
reencuentros o citas inconfesables a la luz de
unas titilantes y románticas velas.
Percy Sledge era un gris celador que
transitaba su vida con una desmedida pasión por
la música, nacida quizá en sus juveniles trabajos
en los campos de algodón de Alabama, en el más
profundo sur de los Estados unidos.
Percy, con una extraña y sugestiva voz solista
que parecerá siempre rota, acabó por
desplazarse a Sheffield, una pequeña localidad a
orillas del río Tennesse para buscar nuevos
horizontes laborales. No era por un problema
racial concreto, aunque la vida de los
afroamericanos en Alabama en 1966 no era
especialmente atractiva ni igualitaria ni
terminaban de concretarse algunas
reivindicaciones aplazadas durante casi dos siglos
en esta zona. El sempiterno
Gobernador del Estado,
George Wallace ya había
pasado a la historia en el
verano del 63 por su famosa
frase
Segregación ahora,
segregación mañana y
segregación por siempre
pronunciada en las puertas de
las aulas universitarias donde el
saber estaba prohibido a los
estudiantes de raza negra.
Se intentaba que el color de
la piel no fuera ya motivo de
agravio constante. Kennedy
yacía en Arlington hace meses y
no había demasiadas razones
para el optimismo, pero el joven
Sledge se atrevió a buscarse la
vida lejos del mundo rural y
encontró en trabajo más que
digno en el Colbert County
Hospital de Sheffield.
¿Quién fue la afortunada?
Todos los melómanos del planeta aseguran que,
detrás de esta canción, había una preciosa mujer,
de grandes ojos vivaces, con una sonrisa pícara y
sensual, quizá casada, quizá imposible para Percy,
quizá una enfermera blanca, quizá una paciente
con una patología insalvable.
El cantante nunca desveló la identidad de la
afortunada protagonista, pero su declaración
perduró imperecedera por encima de modas y
estilos, como un símbolo esencial del soul
americano, esa forma de hacer música que
desgarra el corazón y que llega a lo más
profundo de las emociones.
Corría ese tórrido verano del 66. Sledge
trabajaba a destajo en la clínica, pero los fines de
semana acompañaba a los Combo Squires con su
inusitada voz. Estaba naciendo una nueva forma
de entender el pentagrama, probablemente en el
punto geográfico de los Estado Unidos más
adecuado, en el triángulo formado por Nashville,
Memphis y Chattanooga. Alabama y Tennesse
mezclados a altas temperaturas, bañados por el
Mississippi y sus afluentes que alcanzan a treinta
Estados de la Unión; Glenn Miller, Elvis, Crosby,
Young y la casi desconocida Bessie Smith que
falleció en 1937 desangrada en la alegre
Chattanooga porque ningún hospital quiso
acogerla por el tinte oscuro de su tez.
Alabama era un Estado feliz en
el 66. Su equipo de fútbol
americano, los Crimson Tide, se
habían hecho con la Orange
Bowl –equivalente a la
Superbowl actual- en la última
campaña y los juveniles habían
conseguido la Sugar Bowl de la
temporada. En Europa y en
España aquel deporte sonaba a
chino. Aquí la noticia llegaba del
viejo Wembley con un gol
fantasma de Hurst a los
teutones en una final histórica.
En el viejo y cansado continente
todavía no alcanzaba las listas de
superventas esta canción sureña
que en su título se atrevía a
desmentir la genialidad y el
desencanto del más tenebroso
Oscar Wilde que, muchos
lustros antes, certificaba de
forma literal y, seguramente por
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José Vélez García-Nieto
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Pliegos de Rebotica
´2015
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SOLES DE MEDIANOCHE
Cuando un hombre
ama a una mujer
A Pedro Capilla infatigable animador
de las gentes de AEFLA, por su pasión
por la vida y la defensa de los valores
del ser humano.
Percy Sledge en 2010