Revista Farmacéuticos - Nº 117 - Abril-Junio 2014 - page 25

de cigarras la bóveda
del cielo y descubrir en él
dispersas luces refulgentes. Al
tiempo cavilaba una solución para
el problema de la cabra.
Gulf
se
reponía del susto
enroscado
bajo el
cobertizo y
ella rumiaba
en el corral
con la tripa
llena.
Localicé en un caserío a su dueño. Un
campesino escuálido como un quijote, el
guarda de un latifundio que albergaba las
ruinas de una fortaleza medieval. Alabó mi
gesto con lágrimas en los ojos –parece ser
que la cabra era una mina produciendo leche-
y quiso agradecérmelo invitándome a comer
en familia. Poco después, sentados con su
mujer puesta de mandil y cinco críos de
risillas burbujeantes, compartí una ilustre sopa
de ajo con cominos y huevos estrellados
seguida de un memorable guiso de cordero y
hierbas silvestres. A nuestros pies un
hormigueo de gallinas repelaba con avidez
migajas y cortezas, entre patas de mesa y
taburetes descascarillados en una cocina
desnuda de lo accesorio, con la sobriedad
mate de la honradez. Me sentí como en una
aldea de cuento.
A la misma hora en que los diputados salían
libres del Congreso, mi anfitrión, tras el
almuerzo, me puso al día de la leyenda de
Frandina y el castillo. Escuché sin pestañear la
narración de los ardores del rijoso rey
Rodrigo tras espiar a la joven bañándose en el
río, del ultraje, de la venganza del padre y de
la derrota de aquél en Guadalete frente a las
tropas de Tarik. Sintiéndose culpable sin serlo,
Frandina se encerró en el castillo abocándose
a una existencia invisible. Por allí anduvo el
resto de sus días y allí murió doce siglos
atrás.
Aquellos fueron momentos quietos y
apacibles degustando requesón y una
excelente manzanilla en la compañía de
aquella buena gente que, como dijo Séneca, al
no desear nada lo poseían todo. Sin saberlo
estaba blindando mi ánimo para
reincorporarme a un mundo de locos del que
me había olvidado por completo.
La eternidad va a durar
tanto que no hay
motivos para agobiarse.
Lo comprendí al
escuchar la
historia
milenaria
por boca
del
cabrero.
Y hasta
llegar a esa
eternidad permitamos
que una sopa bien condimentada, un guiso en
su punto o el recuerdo de leyendas en las que
se mezclan memoria e imaginación, nos
vacunen contra el fanatismo y las profecías de
druidas visionarios y nos preserven de los
desmanes, majaderías, agrias polémicas y
espantos sin catalogar que esta sociedad,
carente de norte y brújula, genera hoy a cada
paso.
En aquella ocasión me salvé gracias a una
cabra.Y al amigo
Gulf
, a quien por desgracia
perdí demasiado pronto.
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Pliegos de Reboticca
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