Revista Farmacéuticos - Nº 117 - Abril-Junio 2014 - page 31

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pinoza se rebelaba contra los que hacen
de la superstición y de la ignorancia su
forma de vida o su instrumento de
trabajo:
los más aferrados a todo tipo de
superstición son los que dicen sin medida
cosas inciertas; y vemos que todos, muy
especialmente cuando se hayan en peligro y no
pueden defenderse por sí mismos, imploran el
divino auxilio con súplicas y lágrimas de
mujerzuelas y dicen que la razón, por ser incapaz
de mostrarles un camino seguro hacia el objeto de
sus vanos deseos, es ciega y que la sabiduría
humana es vana
1
.
Sin embargo, una confianza ciega en la razón
también puede acabar convirtiéndose en un
manantial inagotable de estupidez, ya que como
nos convenció Kant la razón exclusiva no
proporciona la clave sobre la naturaleza última
de la realidad trascendente
2
. De hecho, es bueno
cuestionar hasta el último de los asertos a los
que nos agarramos habitualmente, de igual
manera como hizo René Descartes
3
. Tratar
todas las creencias adquiridas como si fueran
falsas, aunque realmente no lo sean.
A Descartes lo único que le parecía seguro
como referente era su propia existencia, que
venía confirmada por la capacidad de pensar.
Cualquier pensamiento que una persona tenga
indica que esa persona existe, incluso si es
completamente falso el contenido de ese
pensamiento. Es el meollo del célebre
cogito ergo
sum (pienso, luego existo),
en realidad descrito
por él como
yo soy, yo existo, esto es
necesariamente cierto todas las veces que lo
expreso y lo concibo mentalmente.
Descartes tuvo el coraje de enfrentarse a todo
con su duda metódica –que luego ha resultado
tan útil en el ámbito de la ciencia y de la
filosofía– y con ello arrinconó a los dogmáticos
y a los ignorantes contra las cuerdas de su
ignominioso abandono de la inteligencia. Por mi
parte, nunca he entendido a los que se detienen
con miedo delante de cualquier puerta del
conocimiento; como le ocurría a Unamuno, yo
detesto el
¡no pasarás!
de los dogmáticos de
uno u otro signo, que por diferentes motivos se
niegan a avanzar y a hacer frente a sus dudas
reales.Y por eso mismo, desprecio el
escepticismo como
actitud –o más bien,
como escudo–
intelectual,
porque sé que es
una mentira y a
la larga es
además inviable.
Ninguna duda es tan
agria como la que nos
negamos a afrontar. Como
decía Emil Cioran
4
, la
duda es
mucho menos intensa, mucho más soportable que
la desesperación
y, además, como recalca el
propio Cioran,
el criterio de la duda es el único
que permite distinguir a los profetas de los
maníacos
. La duda es a la mente lo que la
autoconciencia es a la vida. La curiosidad y la
reflexión son capaces de generarnos dudas
porque observamos, interpretamos e inteligimos
una realidad que choca con el modelo mental
que previamente habíamos configurado sobre
ella.
No debemos confundir la duda con la
ambigüedad
. Esta última es un solo un borrón
de la inteligencia, una forma pobre e inelegante
de desentenderse de la realidad y de cualquier
discusión razonada. La ambigüedad es falta de
compromiso con los demás, es un simple escudo
sin más objetivo que ocultar un fantasmal vacío
de humanidad. Para la ambigüedad, lo percibido
no permite afirmar la naturaleza concreta de lo
observado, negándose a tomar partido. La
ambigüedad es la cara más estúpida de la
indiferencia.
La duda no se decanta por lo uno o por lo otro,
pero –a diferencia de la ambigüedad– lo hace
aceptando que puede ser tanto lo uno como lo
otro, comprometiéndose con ambas opciones. Si
usted sabe algo de física, esto le sonará
inevitablemente a la incertidumbre característica
del mundo cuántico. Dudar es un modo de
asumir como verosímiles dos afirmaciones,
aunque no necesariamente con el mismo grado
de convicción; en cualquier caso, dudar supone
meter al conocimiento por medio y esto implica
una actividad subjetiva humana. La duda humana
emula la dualidad onda-corpúsculo de la física
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SANTIAGO CUÉLLAR
Pliegos de Reboticca
´2014
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
La duda
1 Baruch de Spinoza.
Tratado teológico-político.
2 Immanuel Kant.
Crítica de la razón pura.
3 René Descartes.
Meditaciones metafísicas.
4 Emil M. Cioran.
En las cimas de la desesperación.
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