Revista Farmacéuticos - Nº 112 - Enero/Marzo 2013 - page 5

A
partir del S. XVI España empieza a tener notorie-
dad en Europa. País comodín, aliado de Francia, Ingla-
terra o Alemania, según conviniese, receptora de las ri-
quezas del Nuevo Mundo y con una nueva dinastía en
el trono, que aportó más territorios, y que se hizo blan-
co de envidias y calumnias al ocupar el primer puesto
del Occidente cristiano.
Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la
fama de prudente que se ganó Felipe II: si fue debida a
la lentitud en resolver los negocios de Estado o senci-
llamente era inseguro y minucioso. Tenía un carácter ta-
citurno, y si hablaba poco era porque no tenía facilidad
de palabra. Era sosegado, constante, religioso sin fana-
tismo y muy reservado. Su timidez se escondía bajo una
apariencia de frialdad. Su seriedad se acentuó a la muer-
te de Isabel de Valois en 1568, su tercera esposa, quizá
la más querida, aunque otros atribuyen ese honor a Ana
de Austria. Si hemos de dudarlo es porque en aquellos
años se habla de un romance con la princesa de Éboli
y un drama con su secretario Antonio Pérez. Si trabaja-
ba mucho era por su natural afán de controlar en soli-
tario su grandísimo Imperio. Lento y detallista, la tarea
de gobernar le ocupaba gran parte de su tiempo. Dema-
siado tiempo y demasiada minuciosidad...
Nueve años antes Isabel había traído a España los
elegantes aires franceses unidos a la gracia italiana de
los Medicis. Al irse, deja a sus pequeñas con uno y dos
años en la Corte más seria y austera de Europa. Isabel
Clara Eugenia es la más bonita, Catalina Micaela la más
alegre, las dos acaban siendo la locura de su
padre, que les busca otra madre que las
quiera, y la encuentra en su dulce so-
brina Ana, hija de su hermana, la
Emperatriz Maria.
Cuentan que las meninas de las
pequeñas le dijeron a Isabel Cla-
ra:
Vuestra mamá vuelve del cielo
para estar con vosotras.
La enana bufona de la corte,
Magdalena, las miró con desapro-
bación.
La niña solo tiene cuatro años pero es mucho más lis-
ta que todas vosotras juntas, no la podréis engañar.
Y así fue, Isabel Clara, a sus cuatro años, haciendo
g
ala de su viva inteligencia rompió a llorar al ver a su
prima, desde ese momento su nueva madre. Así era Isa-
bel en su infancia y con los años se agudizó esa inteli-
gencia y desarrolló una mente política extraordinaria,
llegando a ser el mayor apoyo del solitario rey.
-
Esta no es, es rubia y mi mamá tenia el pelo moreno.
Inconsolable y hecha un mar de lágrimas corrió a
los brazos de su adorado padre.
Tal vez se lo habían dicho o tal vez la niña había
visto un retrato de su madre. La nueva reina la consoló
y con muy buen criterio le dijo que efectivamente ella
no era su madre pero que la querría y la cuidaría igual.
Y así lo hizo.
El laborioso rey reunía a sus tres mujeres en su ga-
binete de trabajo, allí las dos pequeñas esperaban muy
serias a que la reina Ana de Austria espolvoreara con
salvadera los documentos que su padre firmaba y con
mucho cuidado los trasladaban de sus pequeñas manos
a las de un secretario que aguardaba en la puerta. Nos
imaginamos una deliciosa escena domestica que no cua-
dra con su extendida “Leyenda Negra”
Después de la victoria de Alcántara por el duque de
Alba, sobre el aspirante al trono portugués Don Anto-
nio Prior de Ocrato, Felipe II se dirigió a su nuevo rei-
no. Fue proclamado rey el 12 de septiembre de 1580 y
jurado por las Cortes el 15 de abril de 1581. El viaje
fue programado para hacerlo en familia pero, al morir
en Badajoz la reina, las niñas volvieron a Madrid.
Fue así como este hombre, con pocos o ningún ami-
go, considerado por sus enemigos como cruel y depra-
vado, que gobernaba y organizaba medio mundo, escri-
bió lo que pueden ser las únicas memorias que tenemos
de él, las cartas que, llenas de amor, mandó a sus hijas.
Las primeras que se conservan llegan de Tomar
(Portugal) a Madrid en Abril de 1581
Tomar, 3 de abril 1581
(...) seria muy bien que escribáis a mi hermana, os en-
vío sellos para podáis sellar las cartas de mi hermana
y de la reina madre(...) y en lacre que sellara mejor que
en papel.
Creo que comenzarán pronto las Cortes y primero
el juramento, y ya habréis sabido que me quieren ves-
tir de brocado contra mi voluntad, más dicen que es la
costumbre de acá.
En medio de un gran acontecimiento y un ceremo-
nial pesado y agotador, el rey da importancia a los pe-
queños problemas de las niñas y los soluciona. Quiere
también que vayan acostumbrándose a la próxima pre-
sencia en sus vidas de la emperatriz Maria, viuda del
emperador Maximiliano, que regresaba a España. Para
él será un descanso contar con su hermana. La alusión
P
de Rebotica
LIEGOS
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Felipe II y sus hijas
Cartas a Isabel Clara Eugenia
y a Catalina Micaela
Beatriz Aznar Laroque
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