Revista Pliegos de Rebotica - Nº 140 - Enero-Marzo 2020 - page 48

¿
Q
uién no ha soñado alguna vez con
viajar a un punto imposible del tiempo
o el espacio? ¿Quién no ha querido
desaparecer
por un momento y
esconderse
de este mundanal ruido?
¿Quién no hace planes de futuro para ésta u otra
vida donde disfrutar del más feliz de los paraísos?
Alguno de mis sufridos y contados lectores pensará
–con cierta razón– que vuelvo a repetirme. Que uno
de los temas favoritos de estos artículos es el de los
viajes y las rutas poco exploradas.Tiene razones
sobradas para pensar así, pero no puedo resistirme a
la tentación y presento aquí y ahora alguna excusa
para atenuar la carga del posible delito.
Allá en la infancia y primera adolescencia me colmé de
aventuras de la mano de JulioVerne, a mi juicio el
mayor experto en viajes imposibles que ha dado la
literatura. Con su pluma y sus conocimientos
científicos pude girar en torno al planeta en menos de
ochenta días, visitar el centro de la Tierra, volar en
globo cuando no había aviones ni nada parecido o
estar en la luna mucho antes que Armstrong y la
NASA o Tintin y el profesor Tornasol; también fui
capaz de cruzar el fondo de todos los mares en un
avanzado artilugio que se anticipó a las más sofisticadas
naves espaciales.
Verne fue un autor de éxito inmediato. Publicaba
muchas de sus novelas en seriales para la prensa y
luego obtenía todo tipo de reconocimientos cuando se
editaban ya como libros. La trilogía del Nautilus, con
Los hijos del Capitán Grant
, el referido
Veinte mil leguas
de viaje submarino
y
La Isla Misteriosa
mantuvieron en
ascuas a decenas de miles de lectores de prensa
especializada desde diciembre de 1865 hasta finales de
1875. Más de diez años
siguiendo las peripecias de los
protagonistas por toda la
geografía de nuestro orbe.
Pero hubo más viajes
procelosos y posiblemente
más realistas. Hatteras en el
Polo Norte, un chaval de
quince años atravesando
tempestades oceánicas o
Strogoff
, el mejor cartero de
la literatura universal, capaz de
entregar una misiva del zar aun a riesgo de quedarse
ciego por una de esas torturas que el ser humano es
capaz de infligir sin escrúpulo alguno.
Todavía hoy, casi cincuenta años después, encuentro
joyas del autor frances que desconocia. Si las agencias
de viajes no fueran meras expendedoras de paquetes
turísiticos –iguales para todos– revisaría los volúmenes
escritos por Verne bajo el título La Agencia Thompson
& Cia, una obra póstuma publicada por su hijo Michel
dos años después de su muerte. Desde luego, se trata
de un trabajo menor en el que se intuye que el hijo
incorporó varios capítulos y hasta se atrevió a cambiar
el título que Julio, su padre, había propuesto:
Un viaje
económico.
Lo curioso del libro es que dos agencias se enfrentan
para dar los mejores precios y los servicios más
deleznables a unos turistas que van a disfrutar
sucesivamente de las Azores, Madeira y las Islas
Canarias. Una ruta premonitoria de lo que hoy pueden
ofrecer los mejores cruceros atlánticos.
Como en otras muchas de sus páginas, los ingleses
no salen bien parados y los españoles son
reflejados desde la habitual
superioridad chauvinista de
nuestros vecinos, pero con
un cierto respeto hacia
nuestra forma de trabajar.
Algo parecido sucede con
los paisanajes
correspondientes en
Hector
Servadac
, el más inverosimil
viaje ideado por Verne y que
anticipa todas las
posibilidades de la literatura
de ciencia ficción.
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José Vélez García–Nieto
SOLES DE MEDIANOCHE
Pliegos de Rebotica
2020
Viajes
imposibles
Stephen Hawking
Julio Verne
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