Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 48

Y
Y
a sé que se ha escrito casi
todo sobre esta mujer a
la que la gran Historia del
ser humano tenía
reservados los peores
sufrimientos después de las más
grandes glorias. También sé que las
versiones son tan divergentes que
algunas veces parece imposible que
se refieran a la misma persona.Ya lo
sé y, sin embargo, comprendo que
debo contar mi punto de vista
porque es único, intransferible, íntimo y muy
personal. Solo yo sobreviví en mi familia a los
terribles suplicios y al baño de sangre que el pueblo
francés quiso regalarse a sí mismo y que concentró
en el entorno real con un frenesí desproporcionado.
Fue todo tan terrible que me cuesta recordar
aquellos tiempos, incluido el momento en que vi a mi
padre iniciar su último viaje hacia madame Guillotine,
con una grandeza que solo el transcurso de los años
ha sabido reconocer.
A estas alturas de mi vida, ya en la vejez, confieso que
no fui la mejor de las hijas. Debí ser caprichosa,
frívola, indecisa y egoísta, pero puede ser que no
hubiera otra opción. Lo que es evidente es que mi
vida no ha sido aburrida en absoluto. Lo hubiera
preferido, naturalmente, pero en la realeza no puede
elegirse el camino cuando el deber de nuestras
raíces, lo que viene denominándose abolengo, impone
unas reglas estrictas y cerradas que a veces nos
llevan del loor a la tragedia sin apenas capacidad para
evitarlo.
Maria Antonieta fue mi madre. Soy la única de sus
descendientes que superó la niñez y convivió con ella
en los peores años de su existencia. Casi no
recuerdo los tiempos de oro y lujo que las
conspiraciones revolucionarias le imputaron en un
juicio sumarísimo e injusto que el paso del tiempo ha
ido restañando. Disfruté jugando con
ella a hacernos confidencias femeninas
en las peores condiciones; padecí
también con ella las prisiones más
tenebrosas, el espionaje o las traiciones
de sus allegados, alguna de las lealtades
incondicionales e incluso las tentativas
de fuga. Horas y minutos grabados en
mi memoria con fuego y dolor físico
que nunca podré perdonar a los
máximos culpables.
Recuerdo la noche, a finales de
1789, en la que mi madre vino a la
alcoba secándose las lágrimas sin
disimular nada, como había hecho
tantas otras veces.Yo debía tener
apenas once años. Era invierno y nos
habían trasladado con muy malos
modos al palacio de las Tullerías, en
pleno centro de la capital. Era frío,
desagradable y desangelado; entonces lo habría
calificado de inhóspito, pero luego experimenté muy
bien lo que significaba en realidad esa palabra.
–Teresa, cariño, mi tesoro –me susurraba de forma
entrecortada y entre sollozos– . No vamos a poder
escapar de esta vorágine. Solo agradezco que tu
abuela, mi madre, no vea lo que nos está pasando. No
se cuánto podremos resistir. Tu padre no se decide;
creo que nunca se ha decidido –confesó con cierta
amargura-, pero hoy todavía podría contar con la
fuerza del ejército y muchos moderados de la
Asamblea.Yo veo con claridad que los radicales y los
panfletarios se van haciendo poco a poco con todo el
poder y no va a quedarnos salida alguna.
Mi madre me hablaba de política por vez primera y
yo apenas le comprendía, pero supe que era
importante lo que estaba diciendo y quise memorizar
aquellas palabras y unos conceptos que luego he
tratado de mantener en las más variadas
circunstancias.
Recuperó pronto la serenidad y me explicó con un
tono conciliador todo lo que significaba la palabra
reina: las obligaciones, los valores, el decoro, la
prudencia, la necesidad de implicarse en los asuntos
de Estado sin protagonismo alguno. Siempre leal al
rey, siempre dispuesta al sacrificio. En segundo plano,
sin llamar la atención, preparada para
ver y escuchar sin que se note y atenta
al clamor, la reprobación o la insidia
del pueblo al que se sirve.
Me confesó que ella misma había
sucumbido al esplendor que le
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Pliegos de Rebotica
2018
SOLES DE MEDIANOCHE
Dos noches con
María Antonieta
María Antonieta y sus hijos, Maria
Teresa, Luis Carlos, en su regazo, y Luis
Jose ante una cuna vacía por la muerte
de Sofía, la cuarta hija de los reyes
(Vigée-Lebrun , 1787)
por Maria Teresa Carlota de Francia
(transcripción de José Vélez García-Nieto)
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