Revista Farmacéuticos - Nº 131 - octubre/diciembre 2018 - page 8

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e rama en rama, a saltos
cortos, el quetzal se deja
caer como el calor, a poco a
poco, como si le quedara
todo el día para alcanzar el
refugio amable de una sombra. Pero el
sudor es distinto. En Guatemala el sudor te
baja envuelto en una gota hasta fijarse en el
verde frío de los anteojos de sol. Santos Villa
se quita los espejuelos.Aplasta la gota con el
pulgar, les echa vaho, los limpia y se los calza de
nuevo.Y helo allí.Trepado a una rama el quetzal
sacude su moño sedoso y verde.
—Todoslosantos Villa, a mis quetzalitos no les
eches plomo —había sido la última súplica de su
joven esposa, a medio camino entre el beso de
amor y el reproche—. No descuelgues el arma.
En la quietud del calor, la montura de Santos Villa
parece que se ha quedado sin pasos, a la espera de
una orden del amo.A escasas yardas del camino el
quetzal dibuja su pecho rojo frente a la mira del
rifle. Pero lo que Todoslosantos ve, delineado entre
hojas, es el cabello siempre rebelde de Melanie
Yorksfield pegado aún a los ojos, rojo como llama
de azufre. Porque en Guatemala el sol cae tajante
sin rozar una sombra y se escurre ante los ojos
hasta cuartear el aliento.Y es entonces cuando
ocurre. Ocurre entonces que los animales respiran
el aliento de las personas y se confunden con ellas.
—Ve con Dios, Santos Villa. Si vas a cabalgar tan
retirado, mejor almuerzo yo en otra compañía—.
Melanie se había llevado la mano abierta al escote
de la bata, como si en un mismo gesto le entregara
y ocultara el corazón a su marido.
El pecho del quetzal, el cabello ensortijado de
Melanie, el sudor verde de las hojas, la madera de
la culata en la cara.Todoslosantos le echa seguro al
rifle y se lleva a los labios un cigarrillo de tuza.
Cada quien huele al animal que lo protege y
Melanie huele a quetzal. Pero el olor a tabaco no le
logra borrar el sabor de la boca. Porque los besos
de Melanie dejan en la boca un sabor que al
cacique Santos le dura todo el día. Por eso fuma
ahora. Para borrarse ese regusto a ella que ya le
viene acompañando a lo largo del camino.
—Y no olvides de santiguarte en el nombre del
Padre, Santos –ella, con una cinta en la
mano y con los codos en el aire
recogiéndose el cabello, desgreñado e
impío—, en cuanto tú cruces por delante
de la ermita de la Virgen.
Y Santos Villa se mete por el sol del
camino. Es el camino largo que agarran los
que van a la romería de la Candelaria. Es
lo que él siempre consideró su camino. Un
camino de viñas y potreros, de fanegas de maíz y
cafetales, a ratos platanares y a otros árboles de
cacao. Un camino que pasa bajo los pies de
Santos Villa, pero que en realidad no le pertenece
a él, sino que es heredad de Melanie Yorksfield,
desde la ermita de la Candelaria hasta la casa
solariega de tres patios. Casi una jornada a trote
ligero por una hacienda que en época colonial
fuera patrimonio de los Villa y que hubo de
acabar a manos de mister Washington Yorksfield,
principal accionista y consejero delegado de la
Internacional Bananera Co.
Por eso al final del camino se divisa unaW y una Y
forjada en fierro.Al final de una larga franja de
tierra fértil, de sus planicies y sus aguas, se abren
en basto hierro colado las iniciales del gringo
donde antes lucieron en bronce español las de los
Villa. Le abre la verja el jardinero y le sujeta la
cabalgadura un mozo de cuadras, que entretiene a
Todoslosantos con su plática de puro indio, que le
desensilla la yegua, que le pregunta por su buen o
mal caminar de hoy, que le examina los remos, y ya
mejor que se calle de una vez el frijolero ese, que
cuando más prisa tiene uno más me distrae con
sus naderías de cojudo.
A paso ligero cruza Santos el primer patio, y al
pasar frente a los calores recalentados de los
calderos, la cocinera que se le viene encima con
una sonrisa de disimulo en la boca, pues qué
requetebueno que regresó el patroncito, y cuánta
prisa me lleva hoy, pero ¡ah, no!, el Niño Santos no
se le irá de largo sin un vaso de su mejor
limonada, empecinada hasta la ronquera en
detallarle una nueva suerte de enchilada que
pensaba cocinar el día domingo, y al poco se les
une la vieja nana y luego una mulata cuyo nombre
no recuerda él ni que lo maten, y Villa que ya hubo
suficiente ¿ah?, que las deja con la palabra en la
Andrés Morales Rotger
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Pliegos de Rebotica
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