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ablar o escribir sobre
Miguel Hernández y
Orihuela es como
entrar en los ámbitos
de la poesía, como
entrar en el reino de una realidad
trascendida por el dolor y la
imaginación. También es como
caminar por uno de los paisajes
más trágicos de la literatura
española. En
El obispo leproso
de
Gabiel Miró, por ejemplo,
tendríamos una clara referencia.
"La ciudad se elevaría de su letargo
merced al luminoso edificio
mironiano", comentó años más tarde María de
Gracia Ifach, "para seguir creciendo con el
tiempo gracias a la poesía de Miguel Hernández.
Ellos dos la salvaron de su rutina y de su
oscuridad, eternizándola". Por otra parte,
Ernesto Giménez Caballero escribió en su
revista
La Gaceta Literaria
que "Orihuela es la
actualización de un sueño, el ensueño de una
lejana realidad".
Como es bien sabido, se cumple este año el
setenta y cinco aniversario de la muerte de
Miguel Hernández, precisamente el 28 de marzo
de 1942. Sucedió en la enfermería de la prisión
de Alicante, donde llegó afectado de tifus, que
terminaría en tuberculosis. Existía cierta
preocupación en los medios literarios de Madrid
por la situación del poeta, incluso se hicieron
gestiones para llevarlo a otro lugar más propicio
para su mejoría; pero la enfermedad caminaba
más ligera que el ritmo de esas gestiones y su
muerte se produjo cuando la recién estrenada
primavera había llenado de luz y de flores los
paisajes levantinos. Mucho más cuando nada hizo
cambiar el pensamiento ni las ideas de Miguel
Hernández. Él sabía que si se acomodaba a la
nueva situación política podía salvar su vida,
pero mantuvo con firmeza la razón que había
dado sentido y fortaleza a su obra. "Con mi
poesía y mi teatro (...) trato de hacer de la vida
materia heroica frente a la muerte".
Pero ahora, en este setenta y cinco aniversario
de su fallecimiento, recordemos otros aspectos
fundamentales de su biografía , como son los
años de su infancia y el tiempo de su
adolescencia. El poeta nace en 1910, en una
España carcomida por la pobreza y
analfabetismo, en la que Orihuela no iba a ser
una excepción. Cierto que la región valenciana
estuvo y estará siempre envuelta en una sinfonía
de luz y de colores, de sensaciones que Miguel
Hernández iba guardando en lo más profundo
de su corazón; de ahí que pronto se despierte
su pasión por la lectura.Ya es pastor de cabras
y confiesa que su autor preferidos es Juan
Ramón Jiménez, sin olvidar a Gabriel Miró y a
Cervantes, aunque más adelante, aunque todavía
residiendo en Orihuela, le llega la devoción por
Góngora, Lope de Vega y San Juan de la Cruz. Es
en aquellos autores donde percibe la esencia de
la poesía a la que él aspira.Y comienzan a surgir
sus primeros versos.
Hijo de padres cabreros, como escribió Ramón
Sijé, su amigo del alma, Miguel Hernández
comienza a levantar el vuelo de su imaginación.
Sale a la vida, al campo y al camino como
cabrero, pero a la vez asiste a un colegia de
jesuitas, aunque como alumno de bolsillo pobre.
Y es allí donde se encuentra a sí mismo, donde
toma conciencia de que sólo en la literatura se
halla la razón principal de su vida. Recordará
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Pliegos de Rebotica
´2017
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José López Martínez
Tres cuartos de siglo de la muerte de
Miguel Hernández
Miguel Hernández en
Orihuela, en abril de 1936.
Miguel Hernández
y sus hermanos