A
A
yer saqué el belén como otros años. Coloqué cada cosa como
siempre. Con esos ademanes de lo consabido y la cabeza ausente,
pensando en otra cosa. Pero cuando estaba hecho casi todo, decidí
mirar como si fuera la primera vez que estaba ante mis ojos y fui
tocando las figuras una a una. Alguien a mi lado dijo: “Deja eso, está
todo en mal estado, compra otro. No es tan caro en los chinos, estás perdiendo
un tiempo que podrías usar para otra cosa.” En realidad no estaba equivocado y
hubiera sido incluso lógico desechar todo aquello y olvidarlo.
Miré aquel belén maltrecho. Deteriorado, viejo, despintado.Y pensé por un
instante que era cierto y que estaba de su lado la cordura. Pero cómo tirar a la
basura lo que me había acompañado tantos años. En él descansaban los recuerdos
de días de mi vida y los que amo. De momentos dulces o no tanto, pero que son
parte de mí y de mi historia. Cómo
decirle adiós a un amigo porque esté
en días tristes o en problemas.
Cuando llega el momento duro en el
que nadie te ofrece como apoyo su
sonrisa.Volví a mirar las figuras, a
tocarlas.Y fue, como reconocer a
antiguos compañeros, invisibles de
tan fieles, tan callados; polvorientos y
mansos en su olvido.
Me invadió la ternura. Nada dije. Salí
a un chino y compré lo necesario.
Volví alegre sintiéndome una artista
que se enfrentaba a un reto
impensado. Ante mí los puse en una
fila como un general a sus soldados.
Limpié cada figura pulcramente. Los
colores surgían apagados y lavanderas, pastores y rediles, volvían a la vida
asombrados. Pinté ojos, restauré sonrisas y oculté algunas manos rotas con
ramitas de jara o de tomillo o, simplemente, puse por mano una flor pequeña. Las
ovejas fueron blancas nuevamente aunque alguna pata estuviera en mal estado.
Repinté el castillo. Enderecé palmeras. Lavé el rio. Cambié la arena por gravilla
blanca y rocié con verde espray el musgo triste. Limpié, pulí, cambié, recoloqué.
Los harapos, los mantos desteñidos eran ya ropajes de alegría, recién estrenadas,
diseñadas por la mejor diseñadora de Belén.
Era tan solo barro, cristal, cartón y piedra. Algo de musgo, madera y purpurina.
Más, a partir de ayer un puente cómplice me une a él como un abrazo tierno. Pero
no os asombréis, porque a la postre ahora soy consciente de que también yo soy
de barro.
■
3
Margarita Arroyo
Pliegos de Rebotica
´2017
●
●
CARTA DE LA DIRECTORA
¿Solo barro,
cristal, cartón y piedra?