Revista Farmacéuticos - Nº 122 - Julio-Septiembre 2015 - page 22

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Pliegos de Rebotica
´2015
Albarelo
Juan Jorge Poveda Álvarez
E
E
ra un tarro como había visto muchos.
La descripción que había facilitado la
casa de subastas Christies era sencilla:
Albarelo de farmacia del siglo XVII, de
la factoría de Talavera (España),
fabricado y decorado a mano. Decoración de
esponjado azul sobre azul, muy simple. Leyenda
central “UNGUENT HOMINIS”. Tapa cerámica.
Si bien estas piezas originales alcanzan un
precio elevado en el mercado, los 30.000
dólares pagados por ésta solo se podían
atribuir a la traducción un poco esotérica de la
frase en latín como “grasa humana”, aunque
otros expertos lo habían traducido
simplemente como “pomada”.
Llevo más de treinta años
dedicándome a restaurar piezas
antiguas, y éste albarelo me iba a
dar bastante trabajo (pero también
un buen pellizco de euros de
beneficio). La superficie estaba
cubierta de una leve capa de
mugre, endurecida y opaca como el
barniz seco, pero la consistencia
del tarro no presentaba a simple
vista fisura ni grieta alguna.
Tampoco la tapa cerámica, pieza
curiosa que no se suele conservar
en los ejemplares de esta época.
Esta tapa estaba pegada al tarro,
pero una simple presión tras aplicar
un chorro de vapor caliente sobre
la junta de ambas piezas, hizo que
se separase fácilmente.
Del interior del tarro surgió un
aroma pestilente que impregnó
toda la habitación, haciéndome
correr hacia la ventana, abriéndola
de par en par. No sé si esa masa
que llenaba la mitad del albarelo
sería realmente grasa humana o
no, pero dentro de la petición de
restauración del comprador (por cierto, el
encargo me llegó vía e-mail, apelando mi cliente
a que conocía mi trabajo con otras piezas, y no
teniendo con él más contacto que su dirección
de correo electrónico y el ingreso en mi
cuenta corriente de la mitad de la suma que le
pedí por la restauración) estaba recoger una
muestra del contenido interior del bote, para
analizarla. Hice de tripas corazón, y raspé
ligeramente aquella masa cérea, introduciendo
las raspaduras en una pequeña bolsita de
plástico de cierre hermético.
El resto fue relativamente sencillo. Una vez
asegurado el albarelo en un soporte metálico,
la extracción de la masa con el vapor caliente
no llevó más de media hora, quedando el
interior totalmente limpio. La grasa
la almacené en una bolsa de plástico
resistente con el propósito de
depositarla en un contenedor de
reciclaje de aceite doméstico
situado a un par de calles de mi
taller, por lo que una vez relleno el
plástico lo cerré de manera
estanca, empezando a notar que
volvía a solidificarse la grasa al
perder el calor que había aplicado.
Una semana tardé en consolidar el
esmalte de la cerámica con una
capa aislante invisible, previa
eliminación de las concreciones
calcáreas que suelen aparecer en la
superficie de estas piezas. Un par
de retoques en algún pequeño
desconchón de la pintura azul, y el
bote estaba listo para entregar a mi
cliente… el cual, al recibir la nueva
a través del correo electrónico, no
tardó más que un par de minutos
en decir que pasaría en persona a
recogerlo a partir de las 11 de la
noche, con la mitad de mis
honorarios en metálico.
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