Revista Farmacéuticos - Nº 122 - Julio-Septiembre 2015 - page 17

curvas y rectas extrapolaba el lí-
mite de las formas y emborrona-
ba el sentido real de los trazos.
Las elegantes cabezas de rebecos
y ciervos se confundían con las si-
luetas de los humanos, las testu-
ces de los bisontes se amalgama-
ban en una creciente maraña de
delineaciones imposibles de se-
guir. Llevaba tiempo preparando
su nuevo desafío, y aun con las di-
ficultades que se le planteaban, es-
taba dispuesta a luchar por él con
la misma decisión que hasta aho-
ra. Si había estado dispuesta tras-
gredir las normas, no podía ren-
dirse. La precisión con la que
había preparado el siguiente paso
le daba la confianza, la fuerza y el ingenio necesarios pa-
ra culminarlo y terminaba por disipar las dudas que de
vez en cuando la asaltaban.
Satisfecha con la práctica del día, recogió los cuencos
que aún contenían restos de tinturas y revisó las plumas
para dejar todo lo utilizable guardado en el escondite.
Nadie debería siquiera intuir que allá arriba, en la caver-
na abandonada tiempo atrás, una mujer se atrevía a sal-
tarse el orden patriarcal y machista y se disponía a ele-
var al máximo su nivel de desafío. Con la misma
precaución extrema que forzaban las sinuosas circuns-
tancias y la amenaza de que se apagara una de las po-
cas antorchas que le quedaban, volvió sobre sus pasos
hasta alcanzar la estrechísima entrada de la gruta. El tiem-
po había pasado con una rapidez inusitada. El anochecer
se cernía ya en el horizonte y una lluvia cansina, pero
tan tenaz como acostumbraba, caía implacable, como
tantas veces...
Y llovió, y llovió, y llovió…
Y el agua siguió cayendo del cielo por meses, años y si-
glos. Y un buen día, más o menos 6.578.453 días des-
pués, un grupo de seleccionados turistas accedió de nue-
vo a la gruta. Las explicaciones afloraron prolijas de
detalles en la voz cadenciosa de la guía. La caverna data
de…; se cree que…; por favor, no toquen las paredes…;
por favor, tengan cuidado con resbalar…; por favor, re-
pártanse las linternas e iluminen a mi orden…; por fa-
vor, síganme.
El laberinto intocable de recovecos hacía casi imposible
respetar las estrictas órdenes de la guía. No
valían las distracciones, cualquier
pequeño resbalón se convertiría
sin remedio en una rotura de la
crisma de alguien, si no en algo
más. El orden del grupo se
mantuvo intacto gracias a la
mucha expectación. Pero sólo has-
ta alcanzar la sala principal. A la
sorpresa creada por el volumen
decididamente espectacular en
que se había convertido el final de
los estrechos pasadizos, apenas la
guía lo indicó, las cuatro linternas
se volvieron como en un ejercicio
circense para iluminar una zona
concreta repleta de dibujos y gra-
bados. A pesar de las dificultades
iniciales, la voluntad descubridora
y comunal de unos y la imagina-
ción despierta de otros contribu-
ían al progresivo reconocimiento
de las figuras, un extraordinario
universo de vida animal en libre y
aparentemente primitiva expresi-
vidad. Pero aún faltaba lo mejor.
La petición de la guía de que los visitantes apagasen to-
das sus linternas, lejos de crear sensación de desampa-
ro en aquella negrura casi total, consiguió despertar aún
más su curiosidad. El último de los focos se dirigió al
menos esperado de los puntos.Allá arriba, casi en los lí-
mites abovedados del techo de la cueva, entre las bajan-
tes escurridizas de dos potentes estalactitas, y como tra-
tando de tomar una prudente distancia de los espacios
más transitados, las figuras policromadas de varios caba-
llos aparecían suspendidas a la vista de todos. La esbel-
tez del conjunto y la exquisita sensación de movimien-
to de los animales rebelaban la pericia de un artista
consumado. Parece increíble, decían algunos; qué belle-
za, reconocían otros; pero, ¿por qué ahí?, se preguntaban
los demás. La aparente inaccesibilidad del lugar, las ca-
rencias de apoyos explícitos en aquellas coladas petrifi-
cadas aventuraban una pléyade de problemas logísticos,
casi acrobáticos, que seguramente habían dificultado to-
davía más el proceso creativo. Casi, casi, una heroicidad.
Por fin, el grupo abandonó la caverna con la sensación
de haber traspasado los límites físicos del tiempo, pero
sin percatarse de la ausencia de uno de sus miembros.
Amparado en la más cerrada oscuridad, el personaje más
aparentemente ensimismado del grupo aguardó pacien-
te a que llegase la hora de su total soledad.
–Yo sí te entiendo –se atrevió por fin a decir en voz al-
ta cuando su linterna enfocó de nuevo las escenas ru-
pestres–.Yo hubiera hecho lo mismo que tú. Seguro que
no te resultó fácil, ya lo sé. Y a la gente que le
den. Si no entienden por qué hacemos grafi-
tis, allá ellos. No hay placer comparable a
pintar en libertad… Bueno, va,me ten-
go que ir. Siento que nunca podamos
llegar a chocar los cinco pero sí te
prometo que allá donde vaya ven-
drás conmigo.
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Pliegos de Rebotica
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Laboratorios Cinfa
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