Revista Farmacéuticos - Nº 118 - Julio/Septiembre 2014 - page 11

S
El placer de
llorar
Aurora Guerra Tapia
S
on muchos los tratados de ciencias
biomédicas, sociológicas y filosóficas
que buscan y encuentran similitudes
entre los animales y el hombre. Nos
han dicho que nuestras vísceras son
muy parecidas a las de los cerdos (
Sus scrofa
domestica
). Que el número de genes del
Homo
sapiens
se aproxima peligrosamente al del
Mus
musculus
, el ratón, al parecer el familiar más
cercano al hombre entre los organismos que
son modelo en genética. Que la analogía entre
el genoma humano y el del chimpancé (
Pan
troglodytes
) es del 98,77%. Que el gusano
(
Caenorhabditis elegans
), la levadura
(
Saccharomyces cerevisiae
), y la mosca
(
Drosophila melanogaster
) son nuestros primos
hermanos con los que compartimos proteínas
y sendas genéticas.
De acuerdo.Y además puedo asumir que
muchas de nuestras cualidades cognitivas y
emocionales pueden estar presentes en mayor
grado en los animales llamados superiores. Por
ejemplo, el chimpancé es capaz de reconocerse
en un espejo. Un elefante tiene autoconciencia
del fenómeno de la muerte y se acoge al
aislamiento para superarlo. Un delfín emite
silbidos y sonidos silábicos para llamar a sus
compañeros. El cuervo es capaz de fabricar
herramientas después de una larga observación
de la práctica de sus antecedentes. El perro
puede hallar alimentos mediante pistas no
lingüísticas. Incluso se podría aceptar que
algunos animales “sonríen” con alegría o
“lloran” con pena o dolor, con los medios que
la naturaleza les ha conferido: moviendo el
rabo, dando saltos, gimiendo, arrastrándose…
Pero ninguno de ellos, ninguno, conoce el
placer de llorar.
El placer de llorar, de ensanchar el corazón
cuando la emoción es tan intensa que no cabe
en el pecho. Cuando vemos la ventura ajena.
Cuando nos conmueve el heroísmo, la
dedicación de los santos. Cuando encontramos
algo perdido. Cuando ganamos un premio.
Cuando somos muy felices. Cuando oímos
música con los párpados entornados. Cuando
nos dan por fin el abrazo soñado…
Si hacemos memoria, todos tenemos alguna
lágrima cercana, humedeciendo todavía nuestra
mejilla.
¿O acaso no hemos llorado muchos con las
medallas olímpicas de nuestros favoritos? ¿O
con la canción de nuestro ídolo? ¿O con el
regalo inesperado y tierno? ¿O con la
graduación de un hijo? ¿O con las primeras
palabras de un bebe?
Llorar de placer voluntariamente también es a
veces un ejercicio de salud. Como el correr,
hacer dieta o practicar yoga. Es permitirse esa
suave caricia de nostalgia que, como un baño
de sales, nos alivia el alma y nos refresca. Solo
es preciso recordar, traer al presente una
emoción pasada y vivirla de nuevo,
intensamente, apasionadamente.
Un placer.
¿No creen?
Pues eso
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