Revista Farmacéuticos - Nº 118 - Julio/Septiembre 2014 - page 5

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n 1561, Felipe II había ordenado el
traslado definitivo de la Corte a una
pequeña ciudad de la submeseta
meridional de la Península Ibérica,
Madrid. Los motivos de tan
trascendental decisión son múltiples y
variados, aunque ninguno de ellos, por sí
mismo, parece concluyente. Proximidad al
palacio-monasterio de El Escorial, posición
geográfica peninsular centrada y equidistante
de la costa en los cuatro puntos cardinales;
un clima favorable; un color azul intenso del
cielo; un lugar donde las aguas abundaban y
eran de excelente calidad…
Pero esta nueva capital tenía un oscuro
pasado. Algún avispado consejero de Felipe
había dado la voz de alarma sobre el tipo de
construcciones que menudeaban todavía a
mediados del siglo XVI en la zona donde se
alza hoy día la Catedral de la Almudena.
Inmuebles cuyo origen no parecían estar
acorde con los nuevos tiempos, puesto que
eran residuos de una época antigua ya
superada. Si aquella aseveración era cierta,
había que tomar medidas disuasorias. La
capital del cristianísimo imperio hispánico no
podía tener un origen islámico, y mucho
menos modesto. Pero la arqueología ha
constatado en tiempos modernos que los más
antiguos vestigios descubiertos en la ciudad
de Madrid, en los cerros en los que se inició
su andadura (las colinas de la Almudena y de
las Vistillas), son de época ineludiblemente
islámica. Además por
Madrid corrían de
boca en boca multitud
de leyendas, cuentos y
anécdotas, que
transcurrían “en
tiempos de moros” o
“en la época de los
árabes”. ¿Y cómo
obviar topónimos
como Puerta de
Moros o el barrio de
la Morería? Ni el pico
ni la pala de los
obreros que
demolieron los viejos
edificios musulmanes ni los cuentos de Calleja
de los cronistas cortesanos fueron capaces de
destruir ni camuflar este pasado poco
glorioso a ojos del rey y sus consejeros.
Algunos autores arabistas investigaron la
propia etimología del nombre de Madrid,
hasta que estudiando las fuentes árabes, se
dieron de bruces con el topónimo de una
pequeña ciudad andalusí, que aparecía en
aquellos ignotos textos con la denominación
árabe de
Mayrit
. Jaime Oliver Asín, a mediados
del siglo XX, dedujo que el nombre de
Mayrit
estaba íntimamente relacionado con los
cauces de agua, las
mayras
, al que este filólogo
añadió el sufijo mozárabe de abundancia
-it
.
Para este autor,
Mayrit
significaba “abundancia
de los cauces de agua”. Los primeros
pobladores islámicos se habituaron a recoger
el líquido elemento de los numerosos
arroyos, riachuelos y corrientes de agua
subterránea. Aguas de la vida que
proporcionaban al asentamiento todo lo
necesario para las actividades humanas. El
vigoroso viento de la sierra, helado en
invierno, cálido en verano, y el cielo azul de
los refranes castizos hicieron el resto.
Es más que probable que el primer núcleo de
población madrileño surgiese en la explanada
de la Almudena, al calor de la fortaleza que
vigilaba el violento ingreso de los rivales
cristianos desde el norte, un castillo que la
tradición ha querido situar desde tiempos
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Pliegos de Rebotica
´2014
Hijos de Mayrit
Diego Salvador Conejo
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