Revista Farmacéuticos - Nº 116 - Enero-Marzo 2014 - page 35

P
de Rebotica
LIEGOS
35
FÁBULA
L
a vida es generalmente hermosa, por eso,
en ocasiones, quien la abandona lo hace aferrándose
a sus últimos alientos, entonces, la vida en símisma
pierde su belleza. ¿Me pregunto si es legítimo
aferrarse a la existencia aún a costa de dejar tras de
unomismo la impronta del horror, delmiedo a lo
nuevo?La incertidumbre que sienten los vertiginosos
al asomarse a una balconada esmás liviana que la
que siente el pusilánime ante lamuerte. Otros hay, en
cambio, capaces de ser inmortales haciendo de su
propiamortalidad un actomás de su existencia,
siempre generosa, siempre siendo en otrosmás allá
de su sensación de individualidad.
Me contaba una vez una paciente la historia de sus
abuelosmaternos. Él, un reputado doctor en
medicina, de sólida formación científica e incapaz de
experimentar elmás liviano pensamiento
supersticioso, ella, una
señora dedicada a sus
creencias en elmás
allá. Como director de
su propio hospital, su
abuelo se dedicó
firmemente a su
profesión pudiendo, a
partir de la práctica
privada, dar asilo y
asistencia amuchos
que no podían pagarla.
Ella, a sumodo,
también dedicó su vida
a los demás, tejía con
amoroso esmero
amuletos que libraran a
las gentes delmal de
ojo y otrosmales de naturalezamenos prosaica que
la pura enfermedad diagnosticada.
El final le llegó primero a ella, sus firmes creencias
en la trascendencia le permitieron vivir su trance de
unmodo armónico. Solo sumarido le lloró en el
silencio para no perturbar el bien estar de sus hijos y
nietos.Al poco un cáncer le condujo por la última
parte de su sendero conmás viveza y amás
velocidad de lo esperado. Uno o dos días antes de
morir, reunió a su familia y les contó una historia
maravillosa. Su salida y entrada de un estado
comatoso le obligaba a hablar con precisión y en
pocas palabras: “La abuela tenía razón, ellame está
esperando, la he visto y puedo deciros que esto no es
un adiós, sino un simple hasta luego.Memarcho y
he tenido una buena vida, estoy con quien quiero
estar yme voy con la quemi corazón anhela. De
modo que no lloréis, no hay pérdida alguna, ahora he
comprendido la bondad y la dulzura con la que vivió
y yo, en este último viajeme siento feliz de volver a
verla y caminar juntos por el sendero que nos
espera”.
Mi paciente estaba convencida de la verdad de
aquellas palabras, ella también creía en la fuerza del
espíritu y ciegamente en la experiencia de su abuelo.
Yo, pormi parte, quise ver en su relato algomás que
una simple creencia.Me imagino a ese hombre de
sólidas convicciones científicas, amante del
pensamiento positivista, renunciando ante todos a
todo argumento racional para aliviar el dolor de
aquellos a quien amaba profundamente. En realidad
no importamucho que su
experiencia fuera
auténtica, una alucinación
debida a la encefalopatía
producida por el cáncer o
simplemente una calculada
mentira. Sus palabras son,
en cualquier caso, un voto
a la esperanza, al amor y a
la valentía. Es grande
aquel que es capaz de
situar su amor por encima
de sus convicciones e
incluso de su propio dolor.
Así comprendí que existe
la bellamuerte, solo para
unos pocos valientes y que
no es necesario caer bajo
el fuego enemigo defendiendo una bandera para
morir de unmodo heroico.
De existir un paraísome gustaría que estuviera
reservado a los valientes y generosos.Ysi asi es y tal
paraíso existe, allí estarán los abuelos demi paciente,
cerca el uno del otro, tal y como deseaban desde la
infinita generosidad de sus corazones.
Así que cuando alguienme pregunta sobre la
trascendencia, simplemente le cuento esta historia,
poco importa lo que haya tras lamuerte, lo
importante es elmodo que la afrontamos y
generalmente, solemos hacerlo de unmodo similar al
vivido.
Javier Arnaiz
Recuerde
el alma dormida
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