siglo II, Galeno afirmaba que la belleza no
consiste en los elementos, sino en la simetría
de las partes. El físico Paul Dirac aseguraba que
fue su sentido de la belleza lo que le permitió
descubrir la ecuación del electrón:
es más
importante tener belleza en nuestras ecuaciones
que hacer que cuadren con el experimento
. Otro
de los grandes físicos del siglo XX, Steve
Weinberg, no dudaba en afirmar que
no
aceptaríamos ninguna teoría como Teoría Final a
no ser que fuera bella: la belleza de la simplicidad
y de la inevitabilidad, la belleza de la estructura
perfecta.
Ya Platón afirmaba hace 2.500 años
que lo bello consiste en una cierta
proporción numérica y geométrica.
Werner Heisenberg –sí, el autor del
célebre
principio de incertidumbre
–
consideraba que la sencillez, como
sinónimo de belleza, era un
argumento convincente sobre el
valor de las teorías científicas, y no
dudaba en afirmar que
la sencillez y la
belleza matemáticas –un criterio
estético, a fin de cuentas– ejercen una
influencia decisiva en el poder de
convicción de las teorías
cerradas.
Esto último entronca con la célebre
navaja de Ockham
, según la cual las
explicaciones nunca deben multiplicar las causas
sin necesidad (
non sunt multiplicanda entia
praeter necessitatem
) y que cuando se ofrecen
dos explicaciones completas para un mismo
fenómeno, la más simple es la preferible; por
decirlo de otro modo, la belleza y la sencillez
parecen apuntar en la misma dirección.
Sin embargo, no deberíamos olvidar que la
similitud formal entre
sencillez
(encaje armónico
de todos los elementos) y
simpleza
(tendencia a
prescindir de los elementos que no encajan en
el modelo) nos puede confundir sobre su
radical diferencia epistemológica; de hecho,
aunar ambos conceptos es, probablemente,
unos de los errores
más comunes en todos
los órdenes de la vida.
Un elemento que ilustra
la especial relación entre
matemática y belleza, o
cómo ésta surge de
aquella, son los
fractales
.
Estos objetos geométricos
irregulares y de detalle
infinito son generados
mediante un proceso
iterativo, por lo que su
estructura básica se repite a
diferentes escalas. Hay fractales
naturales, es decir, elementos de la
naturaleza que pueden ser
descritos mediante la geometría
fractal (nubes, montañas, sistema
circulatorio, líneas costeras, copos
de nieve etc.), pero el orden
fractal también se observa en la
dinámica evolutiva de los sistemas
complejos constituida por ciclos
evolutivos – teoría del caos – en los que a
partir de una determinada realidad más simple
(con un pequeño número de relaciones) se
acaba formando una nueva realidad más
compleja.
Thomas Kuhn consideraba
8
, en línea con lo
manifestado por numerosos científicos, que la
importancia de las consideraciones estéticas
puede ser decisiva no solo en la concepción y
desarrollo de una nueva teoría, sino también en
su aceptación por la comunidad científica. En
particular, a medida que los científicos se
adentraban en campos inabordables
experimentalmente – el cosmos profundo, las
micromagnitudes de Planck: tiempo, espacio,
etc. –, se vieron obligados a basarse en
intuiciones matemáticas, en la búsqueda de la
unificación definitiva en una
Teoría del Todo
, en la
que los criterios estéticos parecen venir a
ocupar el lugar de la verificación. Un peligroso
error, en la medida de que la realidad es el
fundamento de lo posible y de lo bello, y no al
revés, como ya hemos visto: inventar
dimensiones extra a la medida de las
ecuaciones es un procedimiento matemático
espurio, que solo pretende taponar la
hemorragia de infinitos que se produce cada
vez que inventamos matemáticamente la
realidad; un deseo infantil de simplificar su
irreductible complejidad.
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Pliegos de Rebotica
´2015
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8 Thomas Kuhn.
La estructura de las
revoluciones científicas.