Revista Farmacéuticos - Nº 122 - Julio-Septiembre 2015 - page 35

la gente en aquel tiempo!). Durante todo su
reinado vio las arcas del Estado muy mermadas. Es
verdad que se recaudaban cinco millones de
escudos al año, pero las frecuentes guerras exigían
grandísimas sumas de dinero y a esto hay que
añadir empresas como la construcción del Escorial.
A si que al menos en dos ocasiones Felipe II
financio los ensayos de alquimistas, através de sus
secretarios.Y sin ningún resultado, además….
Por aquel entonces, la practica de la Alquimia y
actividades de carácter mágico o esotérico, estaba
extendida por los diversos reinos europeos. En
Francia: Nostradamus. En Inglaterra la reina Isabel I
tenia en la corte infinidad de alquimistas y
numerologos. En las universidades italianas se
estudiaba el neoplatonismo y sus efectos mágicos y
hasta el Papa Urbano VII parece ser que practicaba
las ciencias astrológicas. En este ambiente y aunque
a Felipe II se le tenía como “un estandarte en
defensa del cristianismo”, no es extraño que se
apuntase a la practica de la alquimia.
Durante toda la Edad Media, e incluso parte del
Renacimiento, los que cultivaban las ciencias
fisicoquímicas eran perseguidos, acusados y
condenados de alquimia y magia. El arzobispo de
Praga mismo, fue perseguido como alquimista por
el concilio de Constanza.
En 1530 hubo un decreto en Venecia prohibiendo
bajo pena de muerte la práctica de la alquimia.
Pero los alquimistas eran tan fanáticos en sus
estudios que todo lo sacrificaban: familia, riqueza,
salud, honores, la propia vida: bien muriendo de
hambre en una prisión, bien en la horca, bien
siendo “tostados” en una caja de hierro, o según la
costumbre más corriente de aquella época en la
hoguera, donde morían los sospechosos de
brujería o cultivar las ciencias ocultas.Y todo, por
lo que ellos creían ¡¡una verdad inmutable!! De
todas estas persecuciones y para librarse de ellas,
firmaban sus escritos con nombres de personajes
famosos ya desaparecidos.Y en los primeros siglos
del cristianismo daban a sus obras títulos
venerables tomados de las Santas Escrituras, como
el “Libro de Enoch”, el “Testamento de Adán” etc.,
o bien las atribuían a Alberto Magno, a Raimundo
Lulio, a Santo Tomás o a otros personajes
anteriores a la época que se escribieron.
Desde la más remota antigüedad los que se
ocupaban en la extracción de los metales o
trabajaban en ellos, eran tenidos como
encantadores y magos porque las artes
metalúrgicas, en que la materia parece cambiar de
aspecto adquiriendo propiedades nuevas, se creía
que traspasaban los límites del poder humano.
Además las ciencias naturales (que la Alquimia
comprendía en gran parte) en aquellos tiempos
eran consideradas como arma de dos filos según
quien las usase y las tenían como un sacrilegio,
como un atentado al poder supremo de Dios. Así
por ejemplo con el conocimiento de las plantas se
podían hacer remedios para curar enfermedades,
pero también servían para hacer venenos
mortales.
La ambición por obtener la “piedra filosofal”, con
el tiempo fue en aumento. El hecho de poseer
inmensas riquezas era una tentación irresistible y
un anhelo de tener a cualquier precio el secreto
de la dichosa “piedrecita”. Algunos alquimistas o
impostores decidieron aprovecharse de todo esto
y recurrir al engaño y al fraude aparentando
haberlo descubierto, para sacar el dinero a los
incautos. Eran varios los métodos que usaban. Por
ejemplo: los recipientes destinados a la “gran
obra” “
contenían de antemano disoluciones de estos
metales preciosos o bien eran de doble fondo lo que
facilitaba su ocultación
”. Otras veces en lugar de
introducir fraudulentamente el oro se contentaban
con hacer tomar a un metal el aspecto del oro,
así el mercurio que tenia cinc disuelto, al pasarlo
sobre el cobre rojo lo teñía de oro
”.
A partir del siglo XV, empezó lo que hoy día
llamamos “corrupción”. Carlos VII de Francia
nombró a su alquimista Le Cor, ministro de
Hacienda e intendente general para la moneda y
lo primero que se le ocurrió a este, fue acuñar
monedas falsas con el sello del rey poniéndolas en
circulación. La emperatriz Bárbara, viuda del
emperador Segismundo fundía juntos arsénico y
cobre que vendía luego como plata. Enrique IV de
Inglaterra y siguiendo sus deseos, sus alquimistas
inundaron el país de moneda falsa. Rodolfo II que
fue un Mecenas para los alquimistas y Augusto de
Sajonia y su esposa Ana de Dinamarca, observaron
la misma conducta.
Verdaderamente no hay nada nuevo bajo el Sol.
¡No se de que nos quejamos hoy día!
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