Revista Farmacéuticos - Nº 122 - Julio-Septiembre 2015 - page 37

V
V
ivían bien, nada
les molestaba
especialmente,
su hogar era
confortable.
Entre ellos tampoco
existían roces, de hecho,
sus conversaciones se
habían reducido a la
estricta cordialidad. Podría
decirse que su salud era
buena porque ningún gran mal les afectaba, simples
catarros de invierno no conseguían alterar su
estabilidad.Y así, con este último término, quedarían
bien descritos:“estabilidad”, la confortable sensación
de continuidad temporal, como si nada nuevo pudiera
acechar en su horizonte. Ni siquiera la necesaria
obtención de recursos imponía la tiranía del cambio,
gracias a una pequeña fortuna heredada y bien
administrada podían permitirse disponer de todo su
continuo flujo temporal exclusivamente a favor de sí
mismos.
Flanqueados por su derecha vivían sus vecinos. Una
familia ruidosa y violenta que sistemáticamente recibía
el Sol con alguna nueva discusión y generalmente lo
despedía sin haberla terminado o centrados en un
nuevo motivo de disputa.
Tampoco eran felices, su aparente vitalidad no era más
que una inquietud que irradiaba irritación a todo aquel
que entrara en su zona de influencia.
En el flanco izquierdo habitaba una pareja de ancianos,
siempre sumidos en sus memorias. No eran felices
aunque lo fueron tiempo atrás y ahora solo podían
vivir de aquellos recuerdos.
A veces les visitaba su único hijo, un hombre dedicado
por completo a su trabajo, tanto que las exigencias
profesionales le habían empujado a renunciar a
cualquier forma de privacidad, incluso hubo de
renunciar a formar una familia.
Sitio a sitio se repetían en aquella pequeña comunidad
escenarios diferentes pero que contribuían a generar
un clima general de profunda insatisfacción. Las calles
estaban limpias, la vías peatonales situadas entre hileras
de frondosos árboles. Los comercios ofrecían sus
productos de un modo tal que no invadían la estética
general.Todo el conjunto
resultaba impecable y sin
embargo inducía una
extraña sensación de
inquietud, esa especie de
escalofrío que se advierte
en la espalda cuando un
pasillo largo y solitario
nos hace presentir una
presencia aún a
sabiendas de que esa
sensación de presencia solo es posible sentirla ante la
soledad más absoluta, la completa ausencia de vida
salvo la propia vitalidad que inevitablemente se diluye
ante la vacuidad. En suma, la sensación de presencia
que produce la ausencia como si el vacío pudiera ser
percibido.
Al final de la avenida principal se encontraba el centro
religioso de la comunidad. El nuevo pastor llegó hasta
el local y hubo de sacudirse esa desagradable
sensación de ausente presencia. Incluso hizo un gesto
de desaprobación moviendo la cabeza y los hombros
en un fingido escalofrío.
El resto de la semana lo dedicó a visitar y conocer a
los miembros de su congregación.
Por fin llegó el domingo, la mañana resultó luminosa
teniendo en cuenta que reinaba el invierno.Tras los
cánticos, se dispuso ante esas gentes con el libro
abierto y un comentario bien ensayado en su
memoria. Sus movimientos eran automáticos,
conducidos por la fuerza de la costumbre y usándolos
como medio para escapar de la lógica inquietud que le
producía la situación, al fin y al cabo aquel era un
escenario nuevo y era consciente de que todos los
que se disponían a oirle formarían su opinión a partir
de ese día.
Por un momento alzó la mirada y les vio ante él,
expectantes, necesitando algún milagro que les
devolviera la esperanza. Pero él solo tenía unas pocas
palabras para regalar.
Súbitamente, llevado por un impulso y sin
pensarlo, cerró el libro. Pudiera parecer que le
movía alguna fuerza externa, pero lo cierto es que
las siguientes palabras salieron de lo más profundo
de su ser:
37
Javier Arnaiz
Pliegos de Rebotica
´2015
FABULA
Andar a ciegas
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