Revista Farmacéuticos - Nº 117 - Abril-Junio 2014 - page 37

Q
Q
uizá porque resulta difícil informar
a un niño sobre la propia
ignorancia, responder sin usar
tópicos a las naturales inquietudes
de un infante ayuda a forzar el
pensamiento hasta encontrar la simplicidad de
una respuesta bien articulada.
–Abuelito: ¿qué es la crisis?
La pregunta del millón de dólares, o quizá de lo
que antes era un millón y ahora quizá valga más,
o menos según el caso y la ocasión. Así son las
cosas en época de crisis, el valor lo determina el
precio y el precio es función de misteriosos
arcanos. El caso es que debía contestar una
pregunta simple y debía hacerlo, en consecuencia,
con la mayor simplicidad.
–Verás, la crisis es un cambio de algo que no es
perfectamente estable.
–Ya, ¿pero es buena o mala?
Otra vez, la simplicidad ahondando en lo simple.
–Creo que unas veces es buena y otras es mala.
Por ejemplo, cuando viene el invierno todo el
jardín parece entrar en crisis, pero es necesario
para que las plantas se recuperen, esa crisis es
buena. Cuando te pones malito tú entras en una
crisis y esa es mala. A veces las crisis sirven para
algo y entonces son buenas, otras solo aplazan un
inevitable final.
–Ya, O sea, que el invierno es como si el jardín se
pusiera malito.
Ahora era el momento de enseñar una crisis con
valor de formación. En vez de contestar de un
modo rápido aparentando más sabiduría de la
que realmente contiene este cerebro, decidí
tomarme un tiempo, pensar un poco, el justo
tiempo de inventar un cuento para satisfacer la
inquietud del niño.
–Voy a contarte una historia. Hubo una vez un
tigre de peluche, lo había hecho un artesano muy
bueno y lo realizó con tanto esmero que el tigre
parecía un tigre de verdad. Aunque era de
peluche daba miedo, la piel, las garras, los
dientes… todo parecía auténtico y como su
tamaño era igual que el de los tigres de verdad,
todo el mundo pensaba que era un verdadero
tigre. Solo él y quien lo había fabricado sabían
que en su interior solo había relleno de suave
algodón. Ni tenía corazón de tigre, ni tripas de
tigre ni siquiera pensaba como un tigre, sus
pensamientos eran los de un muñeco de peluche.
El artesano lo llamó Tigrín, quería que su nombre
dejara ver su condición y que pudiera así
encontrar su lugar en el mundo.
Tigrín se echó al mundo alegre y dispuesto a
recorrer todos los caminos que encontrara. Su
ánimo era el de un explorador, jugar, correr por
los campos, sentir la vida sin restricciones y
absorbiendo todos sus aromas. Sin más propósito
que vivir con toda la intensidad que permite el
descubrimiento constante de la novedad.
Un día, mientras saltaba y retozaba por un verde
prado, se encontró una gacela. Tigrín quiso
acercarse para entablar amistad pero la gacela,
inicialmente sorprendida, en un instante se
recompuso y corrió alejándose de Tigrín.
En otra ocasión le ocurrió algo similar con un
pequeño cerdito, otra vez fue un elefante quien
decidió huir y así uno tras otro, todos los
animales se alejaban
de Tigrín con
temor.
Recapacitando
Tigrín
comprendió que
huían de él
porque les
causaba miedo,
todos se
atemorizaban al
confundirle con un
tigre de verdad.
Entonces Tigrín se dedicó
a rugir a todos cuantos
encontraba en su camino
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Javier Arnaiz
Pliegos de Reboticca
´2014
FABULA
Vacas flacas
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