Revista Farmacéuticos - Nº 116 - Enero-Marzo 2014 - page 9

P
de Rebotica
LIEGOS
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sobre todo si trae granizo…—El empresario, la
atención a la deriva, asentía sin escuchar. Su
vecino enlazó las manos sobre el pecho antes de
proseguir—Aunque le confieso que también
sosiegan un par de dosis de un buen aguardiente en
la cafetería del aeropuerto.
—Amí nome entraría una gota de agua.—Al
tragar saliva se le encasquilló un poco la nuez—
En estos trances prefiero apelar ami fe. Soy
miembro de laAdoraciónNocturna y cofrade de
Nuestra Señora de laMortificación—proclamó con
un fondo indisimulado de tiesura. Luego se
removió en el asiento para encararse con el fraile.
—Pero, padre, ¡esta cachaza suya…! ¿Olvida los
atentados terroristas? ¿Ignora en qué plan se ha
puesto el mundo árabe?—Abriómucho los ojos,
gesticulando— ¡Volamos haciaAfganistán!
¡Afganistán! ¡Le suenaAl Qaeda! ¡Es paramorir
de un ataque de pánico, metido en este artilugio de
latón!
—Eso nome preocupa.
—¿No?
—No. Ni un pelo.
—Tendrá sus motivos. ¡Supongo!
—Supone bien. No acostumbro a explicarlos, pero
le veo tenso yme sentiríamal de callarme.
Escúcheme. Mi Orden tienemisiones dispersas por
las montañas de Kunar, bastión de los talibanes.
Llevamos a cabo programas de evangelización en
condiciones misérrimas, casi infrahumanas…
—¿Yqué tiene que ver todo eso con este cacharro
volador y los misiles tierra-aire o el terrorismo
suicida?—Le cortó el vendedor demuebles,
mirándole por encima de los cristales
pertinazmente sucios—No entiendo…
—Déjeme terminar. Debido ami proximidad como
catecúmeno a un puñado de cabecillas de la
guerrilla rebelde, dispongo de
información sobre los
próximos atentados que
piensan cometer.
—¿Quéme dice? ¡No
puede ser!—casi chilló, los
ojos como brasas—
¿Por qué no acude a
las autoridades?
—Impensable.
No puedo.
—¡Por Dios
bendito! ¡Alguna razón de peso habrá!
¡Vamos, digo yo!
—La del secreto de confesión. Esos
datos no deben salir del magisterio
sacerdotal—y agregó, apantallando la
boca con lamano—: hemos
conseguido que ciertos señores de la guerra se
conviertan al cristianismo. Acuden a las iglesias de
campaña y se confiesan con los frailes. Yomismo
administro el Sacramento del Perdón; como le
decía, dispongo de testimonios contrastados.
Secretos que representan una durísima carga enmi
conciencia; lo soporto con la entereza queme
otorganmis votos.
—¿Ynunca los revelaría?—inquirió el otro,
desconcertado.
—Jamás. Ni arrancándome la piel a tiras. Me va en
ello la salvación del alma.
El empresario recapacitó en silencio. Al volver a
hablar lo hizo con varios puntos menos de
intensidad en la voz.
—Entonces…—Dudó en hacerlo. Pero enseguida,
como si extrajera cada frase del fondo de su
cerebro con una ventosa, preguntó—Entonces…,
si está usted aquí hoy, es porque, ¿no tocará bomba
en este vuelo? ¿Verdad…?—temblaba como una
hoja, el rostro blanco lechoso—Tengo esposa y
tres hijos…
—Pues no, en éste no toca—certificó sin
pensárselo, repanchingado en el asiento. Luego,
como quien deposita una propina en la barra del
bar, añadió—: y tampoco en el de su vuelta, como
nome cabe duda que le interesará saber.
—¡Unmillón de gracias! ¡Qué alivio!—suspiró—
Ymire… no piense que abuso de su amabilidad,
pero... ya que somos hijos del
mismo Credo…Verá, he de
viajar mucho en los próximos
meses, ¿ustedme informaría
si…?
—¡Pues claro, hombre! Faltaría
más. Ande, pregunte.
Tras echar mano de la
agenda le fue nombrando
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