FARMACÉUTICOS N.º 385 -
Junio
2013
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Artículo CON FIRMA
S
almonetes, chanquetes, plateados boquerones,
jureles fresquitos del alba! ¡Niña, tengo
pescao
vivo de la bahía! ¡Almejas, coquinas, cañaíllas…!
Palabras, tono y ritmo. Los pregoneros, valiéndo-
se sólo de la voz, recorrían los pueblos y ciuda-
des anunciando las mercancías, proclamando sus cualida-
des. Sardinas, camarones, berberechos, caracolas de mar…
¡Al rico mejillón!
Hasta la fecha, los científicos han descrito más de
100.000 especies de moluscos. Estos invertebrados se dis-
tribuyen por el mundo entero, básicamente en el mar, aun-
que también los hay de agua dulce y terrestres. Los meji-
llones (
Mytilidae
) son una familia de moluscos bivalvos
muy “cosmopolitas”. Viven en todas las costas, aunque
prefieren las aguas frías. Se alimentan de fitoplancton y
son filtradores. Bajos en calorías, son ricos en proteínas
y una buena fuente de riboflavina, niacina, ácido
fólico, vitamina B
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, fósforo, hierro y zinc.
Se caracterizan por poseer dos conchas
ovaladas de igual tamaño que prote-
gen un cuerpo carnoso más o menos
firme en función de la especie a
la que pertenezcan. El mejillón
de concha azul oscuro es el mas
común, y vive en el Mediterrá-
neo y en las costas atlánticas y
del Pacífico. Cultivados en bal-
sas fondeadas en rías o estua-
rios, han conseguido formar parte
del paisaje. Sólo en las rías galle-
gas hay unas 3.377 bateas de meji-
llón. Los nativos de Nueva Zelanda son
verde esmeralda. Los hay de agua dul-
ce, como el terrible mejillón cebra (
Dreisse-
na polimorfa
), especie invasora y dañina; o gigantes,
como los “choros zapatos” chilenos, que pueden llegar a
medir hasta 25 cm. También los hay pequeños, como los
de pleamar, que viven adheridos a las rocas. Batidos por el
mar y las mareas, tienen un sabor especial.
Quizá ésa fue la razón por la que los hombres del paleolí-
tico y, sobre todo, los del neolítico recurrieron a ellos para su
alimentación. Hay constancia del consumo de este molusco,
al igual que de almejas y berberechos en numerosas cuevas.
El litoral español es particularmente rico en cuevas con con-
cheros. Los concheros son montículos formados por conchas
desechadas de moluscos comestibles, y su estudio nos ayu-
da a conocer la vida de los antiguos pobladores, su dieta, los
recursos, el clima, etc. Son auténticos cronistas del amanecer
del hombre. La disciplina encargada del estudio de los restos
de moluscos en yacimientos arqueológicos es la arqueoma-
lacología. Las conchas son indicadores biológicos, y nos dan
información paleoclimática gracias al estudio isotópico del
oxígeno y dataciones con carbono 14. Los estudios de la fau-
na malacológica de la Cueva de Nerja, por ejemplo, nos per-
miten saber que la temperatura de las aguas marinas fue infe-
rior en el Magdaleniense y en el Epipaleolítico y algo más
elevada en el Neolítico en función de las especies encontra-
das, especialmente ejemplares de
Mytilus edulis
, similares a
los mejillones actuales. En la península ibérica destacan los
yacimientos de los valles del Muge (Portugal) y del Sella
(Asturias). También hay numerosas cuevas en el litoral medi-
terráneo como las llamadas de los Mejillones o los Aviones
en Murcia. La línea de costa estaba más metida en el mar, el
hombre vivía en libertad y se alimentaba de caza y marisqueo;
por eso aparecen tantos restos de moluscos en las cuevas.
Además de los conjuntos bromatológicos encontrados en
estos yacimientos, hay que hablar de los ornamentales, ya
que desde tiempos remotos existe una relación privilegia-
da entre las comunidades humanas y las de moluscos; sus
conchas de variada dimensión y aspecto han sido utiliza-
das en decoración, como joyas o abalorios. Pequeños paí-
ses de nácar, calcita o aragonita son en, palabras de Neru-
da, “los objetos más sofisticados creados por el mar”. En
sus
Reflexiones desde Isla Negra
, el poeta continua: “Me
dieron el placer de su prodigiosa estructura; la pureza lunar
de una porcelana, misteriosa, agregada a la multiplicidad
de formas, táctiles, góticas, funcionales”.
En el arte han sido representadas por
artistas de todos los tiempos. Desde
las neolíticas cerámicas cardiales
decoradas con el borde denta-
do y sinuoso de los berbere-
chos hasta las caracolas de
O’Keeffe o Dalí. ¿Quién no
reconoce la concha de viei-
ra de la que emerge la Venus
de Botticelli, o los niños de
la concha de Murillo?
¡Ay, caracolas, que dais un
toque de luz a las naturalezas
muertas e invitáis a oír el sonido
de las olas! Embajadoras del mar en
tierra, se han empleado como instru-
mentos de viento, sobre todo en la India;
como trompetas en el Pacífico y Suramérica; y en
Canarias el bucio ya era usado por los guanches. Evocati-
vas y singulares, han hecho correr ríos de tinta, y no precisa-
mente de calamar. Alberti, Rubén Darío o Neruda escribieron
bellos poemas dedicados a ellas, como éste, de García Lor-
ca:
Me han traído una caracola / Dentro le canta un mar de
mapa / Mi corazón se llena de agua con pececillos de som-
bra y plata / Me han traído una caracola
.
El pequeño Cro-Magnon salió de la cueva, olfateó el olor
a sal y sol. Los pies ligeros, el pelo alborotado por la bri-
sa marina. Bajó a la playa. Jugó con cangrejos y caracoli-
llas. Adheridos a las rocas estaban los mejillones, esperan-
do a ser arrancados. ¡Hmmm…! ¿Sobre guijarros calientes
y algas? Una autentica mariscada neolítica. A la marinera
o al vapor. Con vino o con limón. A la provenzal o a la bel-
gicana. En conserva, al natural o en escabeche. En zarzue-
la o en paella. En Chile o en China. En Marbella o en Mar-
sella. En la playa, en la ría o en la bahía. De noche o día.
Da igual. Y aunque las tradiciones languidecen y la voz
del pregonero –¡los jureles, las sardinas, el hieeelo!– sea
ya casi un sueño en el pasado, siempre nos quedará poder
saborear, al igual que hicieron nuestros antecesores, un
delicioso plato de… !ricos mejillones!
María del Mar Sánchez Cobos
Farmacéutica
¡Al rico mejillón!