instante parece infinito. Por contra,
en la felicidad no existe el tiempo.
Las horas se desangran como si un
segundo atropellara al anterior.
Yo fui feliz con ella. Ella me mostró
esa ave migratoria que cruza de
tarde en tarde nuestro ánimo.
Pero no es conveniente especular
con el pasado. No debo pensar en
nada. Nada más va a ocurrirme.
No me es dado actuar ni en favor
ni en contra mío. Imposible volver a equivocarse.A nadie
se le condena dos veces por la misma falta. No está en
mis manos escapar.Aunque quisiera, jamás podría
traicionar por segunda vez a mi pueblo.
Pero en realidad, ¿qué hice?
Comoquiera que ocurriera, ya es irremediable.Abismarse
en ello aumentaría las aristas de la angustia, esa espiral de
reproches que se hunde en la conciencia. El
remordimiento es un sol negro cuya sombra coagula la
mente. Resulta absurdo avanzar en círculo en torno a
unos hechos consumados.Tenemos derecho a
equivocarnos. La libertad de escoger es incuestionable.
No hay que detenerse más en ello.Yo elegí a una
desconocida.Yo escogí a la forastera de cabellos lacios y
ojos claros. No me he equivocado. Está claro que no he
hecho nada.
Porque ¿qué hay de censurable en buscar la complicidad
del bosque? ¿Qué hay de indigno si la soledad abandona
tu cuerpo en brazos de una mujer? ¿Qué hay de
reprochable en el calor de la tierra? Yo me sentí barro en
sus manos. Un barro sin agua, un barro sin aire, un barro
de tierra y fuego. Como sacerdotisa del fuego me estaba
vedado amar. No quiero recordar. No debo pensar en el
fuego.
Pero ardió la colina.
Tenía prohibido el amor con mi gente; pero ella era
forastera.Ahora sabré más que antes. Sabré qué es
estar encerrada en una cámara.Ya he aprendido que el
amor mata.Aunque la mujer vaya desarmada, sus armas
son un rostro sugerente, esos pómulos labrados al
torno, y unos ojos cansinos que lanzan enigmas, miradas
perdidas en el azul.Ahora me conozco mejor. Sé lo que
es el amor. Lo que la mujer sigue siendo después del
amor, detrás del amor, al otro lado de la frontera del
amor. Puedo de alguna forma elegir lo que me está
pasando. Puedo decir sí quiero, sí, quiero sí, quiero,
quiero, quiero estar aquí porque quiero haberla amado,
quiero de verdad, quiero, no me importa ser piedra.
Tampoco exige tanto el amor: sólo tiempo, profunda
eternidad.
La colina estaba ardiendo. Bailé
para ella, para sus pupilas
azules.Yo no prendí el fuego.
Había dispuesto hojarasca bajo
ramas secas. Fue el fuego quien
prendió en mí. Eslabón,
pedernal, un soplo y el fuego
besó la tierra, fecundo, erótico,
purificador, para transformarse
lentamente en deseo y
elevarse en el aire como
espíritu en llamas. Por su causa
soy una imagen de piedra vestida de azul y rojo, con el
pelo recogido en sendos rodetes sobre las mejillas. Pero
en el monte me unté de grasa. Decidí libremente untarme
en grasa y ceñirme al cuello el collar de ánforas. Que mi
pecho resplandecieran en aceite y oro. Porque quise ser
yo, me hallo en esta cámara soterrada. Como si hubiera
muerto, extendida sobre una laja fría, sabiendo ya lo que
es estar muerta, no por enfermedad o accidente, sino por
propia voluntad. Por bailar para ella con las llamas. Porque
el fuego es un animal celoso y dejó de respetarme.
Fue mi culpa. Inconscientemente, yo sembré esa planta
rastrera cuyas cuatro quintas partes permanecen
soterradas en nuestra mente y apenas si la reconocemos.
Pero la tierra caliente atrae tanto. Unos brazos abiertos
atraen tanto. Los riesgos del bosque atraen tanto. El
atractivo del fuego es similar al del oro. Por mi culpa el
monte ardió y sus laderas quedaron cubiertas por una
pátina amarillenta atezada de cenizas. El atractivo del
amor es similar al de los metales preciosos.Ahora sé,
después de varios siglos de oscuridad y silencio, que la
forastera no abandonó el poblado sino hasta agotar las
canteras.Acudió en busca de oro y no se marcharía sin él.
Lo sé ahora, después de veinticinco siglos de
confinamiento, cuando al fin retrocedió el tiempo y yo
escapé a la sentencia de la sombra:
—Que sea entonces hasta que el tiempo retroceda.
El tiempo se detuvo en 1916 y yo dejé de ser piedra. Las
clepsidras desafiaron la gravedad y el agua ascendió al
vaso superior, impulsada por una incomprensible
capilaridad. La arena de los relojes ya no fue arena sino
gas insumiso que atravesaba a contracorriente el cuello
que une ambas ampollas. El siete de octubre a las
veinticuatro horas, los escapes de áncora invirtieron el
paso y los relojes saltaron hacia atrás enloquecidos,
plantándose nuevamente a las once de la noche.
Perdieron una hora.
Por primera vez el tiempo había retrocedido.
Libre de conjuros mi corazón comenzó a rezongar
descompasado, como bomba de trasegar líquidos largo
tiempo abandonada. El aire revivido y la luz nueva me
escocían en los ojos. Entreabrí los labios, me lleve una
PREMIOS AEFLA 2016
9
Pliegos de Rebotica
´2017
●
●
Laboratorios Cinfa
Premio
Prosa