Revista Farmacéuticos - Nº 117 - Abril-Junio 2014 - page 11

M
e gustaría invitarles a un paseo por
mi botica, la cual abrió sus puertas a
finales del siglo XIX y dista mucho
de los establecimientos blancos y
acristalados de puertas automáticas
que conocen hoy día como farmacias. Mi afán es
transportarles a un pasado, concretamente finales
del siglo XIX, en el que el farmacéutico era un
profesional a partes iguales artesano, analista,
humanista y experto de la salud. Ilustraré mi texto
atreviéndome a acompañar estas letras con unas
fotografías propias de mi establecimiento.
Es esta una época de cambio, claramente
importante en nuestro campo y clave en el devenir
de nuestro bienestar.
En este presente en el que viven, atrás quedaron
los anaqueles de madera repletos de albarelos
blancos esmaltados, las grandes lámparas de araña
colgando del techo y el olor a almizcle y especias
que te inundaban al adentrarte en una rebotica
como la mía, donde además de confeccionar las
fórmulas magistrales ejercía la faceta humanista
reflejada en las reuniones acontecidas en mi
rebotica, en las cuales me rodeaba de personajes
ilustres de la sociedad para conversar sobre temas
de la profesión de los asistentes, es decir, política,
estudios e investigación científica, historia o
literatura. Son las llamadas tertulias de rebotica,
que tuvieron gran esplendor en el siglo XVIII - de
las Academias - y en esta centuria decimonónica.
En mi farmacia trabajo rodeado de morteros,
balanzas y granatarios, capsulador para cachets,
pildoreros, rieleras, moldes para óvulos y
supositorios, y otros útiles que me ayudan a la
confección de distintas formas farmacéuticas, ya
que cómo decía Paracelso “
no quiso Dios darnos las
medicinas preparadas, quiso que las hiciéramos
nosotros mismos
”.
En los albarelos guardo y conservo las distintas
drogas, mis estantes están colmados de productos
de droguerías andaluzas “
Almacén de drogas
Palazuelos Hermanos
”, “
Vda. Restituto Matute.
Droguería
” o “
Lorenzo Ruiz y Cía
.,
sucesores de
Huidobro
”, entre otras. Custodio una amplia
colección de drogas tanto pulverizadas como en
estado puro, las cuales estudio meticulosamente en
mi zona de rebotica destinada a laboratorio, con
sus microscopios y demás utillaje químico-
farmacéutico; colorímetros, goniómetros,
areómetros o polarímetros, para posteriormente
analizar su concentración y pureza y elaborar un
medicamento eficaz y seguro.
Sobre una robusta mesa de caoba y tabla de
mármol blanco, tengo útiles que me permiten
analizar la sangre. Gracias a mi centrifugadora
manual aíslo el plasma de la sangre y, con técnicas
colorimétricas, hago análisis para detectar los
niveles de azúcar en sangre o de bilirrubina.
Otros estantes los presento repletos de productos
químicos y principios activos con los que busco
paliar los males que afectan a mis pacientes, en
esto, a Dios gracias, no habrá un gran cambio, ya
que las personas seguirán buscando en el papel del
farmacéutico a ese profesional de la salud con la
capacidad de ayudarles a curar o aliviar sus
enfermedades. Creo conveniente citar al boticario
Antonio Aguilera quien, ya a finales del siglo XVI,
PREMIOS AEFLA 2013
11
Pliegos de Reboticca
´2014
Fundación URIACH
Segundo Premio
Patrimonio Histórico-Artístico
Farmacéutico Español
Quehaceres de un boticario decimonónico:
el Museo de Historia
de la Farmacia de Sevilla
Rocío Ruiz Altaba y Antonio Ramos Carrillo
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