Revista Farmacéuticos - Nº 113 - Abril/Junio 2013 - page 48

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de Rebotica
LIEGOS
48
José Vélez García-Nieto
soles de
medianoche
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omo bien puede recordar el lector, Homais es
uno de los personajes imprescindibles de la novela de
Gustave Flaubert,
Madame Bovary
, una obra que ha
pasado a la historia de la literatura como el primer
bastión de la narrativa realista y, cerrando la época
romántica, para asentar los valores descriptivos como
uno de los fundamentos de la prosa moderna.
No es que Flaubert tuviera especial simpatía por
Homais. Es más; en la mayoría de los estudios sobre
Madame Bovary
existe un tácito acuerdo sobre un
cierto menosprecio del autor hacia esta figura que
sobrevive a la hecatombe general originada por Emma
Bovary y sus desventuradas inclinaciones por el sexo,
el lujo y la superficialidad.
Precisamente, la novela termina con la concesión
de la cruz de honor al referido Homais, testigo
principal de esta tragedia provocada por las debilidades
del ser humano, en un último párrafo con el que
Flaubert parece dar a entender que estas
condecoraciones pueden ser otorgadas sin excesiva
justificación.
Lo realmente gracioso es que este genio francés
también recibió el título de Caballero de la Legión de
Honor en 1866, tras su acercamiento a Napoleón III y
el envío de su famoso ramo de
camelias a Eugenia de Montijo.
De la farmacia de Homais a la
seda de Lyon
Para nosotros, lo significativo es que
Homais era farmacéutico,
prestigiado y reconocido por sus
gentes en el ficticio pueblo de
Yonville-l´Abbaye, donde acontece
la mayor parte de los sucesos
relatados, y en detrimento de las
figuras de los galenos y ayudantes
sanitarios que pasan por la villa sin
dejar demasiado poso. Homais es
anticlerical, mecanicista, defensor a
ultranza del racionalismo y
enfrentado, por esta y otras razones,
al abate Bournisien, más preocupado
por los modales y comportamientos
sociales de los alumnos de la
escuela, que de su verdadera
formación para enfrentarse al futuro.
Hasta aquí, el inevitable vistazo a
una narración en la que mueren casi todos los
protagonistas, pero que permite reinventar las historias
de algunos de sus personajes mediante esa ficción en la
que es precisa la complicidad y comprensión de los
lectores.
Nos fijaremos en los tres niños que se describen en
las páginas de
Madame Bovary
: la primera, Berta; la
hija de Emma y Carlos, huérfana y abandonada a su
injusta suerte casi desde la cuna. Los otros dos,
Napoleón y Atalia; hijos de Homais, crecidos con el
respaldo y el confort familiares, pero también influidos
en parte por las sobreactuaciones de su padre.
Berta, como bien señala el último capítulo de
Madame Bovary
, pasó brevemente por los cuidados de
su abuela y en pocos meses se hizo cargo de ella una
tía lejana sin demasiadas posibilidades económicas. En
poco tiempo, Berta hubo de empezar a trabajar en
precarias condiciones en una hilatura de algodón y a
los dieciocho años mostraba unas manos encallecidas
por el esfuerzo, un humor de eterno enfado con la vida
y una suspicacia hacia la especie humana que le
impedía mantener cualquier tipo de relación de
amistad, amor o simple convivencia.
Al morir también su tía, en 1865, la niña frisaba la
adolescencia y fue nombrada heredera de los pocos
bienes de la anciana y también del tío Rouault que,
desde la lejanía y un intenso cariño por su nieta,
siempre había colaborado a su manutención.
Berta era seria, de apariencia frágil y suave
como su madre, pero con un carácter fuerte obligado
por las circunstancias extremas en las que habían
transcurrido los primeros años de su existencia.
Después de reunir su pequeño capital optó por
empezar una nueva vida y se trasladó a las cercanías
de Lyon, casi al otro lado del imperio de Napoleón
III. En poco tiempo pudo lucir sus habilidades
hilanderas y la industria de la seda se fijó en la
sutileza del trabajo de esta joven a la que solo le
faltaba sonreír para ser perfecta. No se le conocía
relación con hombre o mujer, no tenía vicios
conocidos, no protestaba y, muchas veces, era capaz
de improvisar para aportar una solución imaginativa
o una nueva filigrana que causaba sensación y hasta
tendencia entre los fabricantes y diseñadores de la
seda. Era conocida su velocidad para bajar los
canutillos con las piezas terminadas a través de los
traboules
–pasadizos entre casas que preservaban
los telares– desde el barrio de La Croix Rousse
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