Revista Farmacéuticos - Nº 113 - Abril/Junio 2013 - page 47

P
de Rebotica
LIEGOS
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poetas de hoy
Nunca supe su nombre
Nunca supe su nombre,
pero su rostro y su sonrisa vienen persiguiéndome
como una maldición,
como un puñal de sombras pertinaz
hundido en mi memoria,
desde hace tantos años.
Esa sonrisa y ese rostro
de quien está de vuelta,
de quien se sabe victorioso y de vuelta
de la historia, las dudas,
los odios y las lágrimas.
No tendría más de quince años.
Su mirada al principio
pareció retadora.
Yo vestía el uniforme americano.
Luego le dije que era periodista
de un lejano país y que odiaba las guerras.
Me pidió un cigarrillo
mientras el intérprete,
a quien ya pocas cosas asombraban,
disimulaba un temblor en los labios.
El muchacho impasible
Iba a morir.
Le habían sorprendido
en una escaramuza
con una metralleta entre las manos.
No sé qué dijo de sus padres y hermanos,
de una guerra nacida mucho antes que él.
Me siguió su sonrisa, ya apenas perceptible,
y el humo de aquel último cigarro.
Más tarde le vi muerto al pie del muro,
con la misma sonrisa,
como dormido,
como reprochándome estar allí
sin nada que perder.
Y me dijeron
que un muchacho alto y rubio,
quer andaba con las piernas abiertas como un cow-
boy,
le dio el tiro de gracia.
Nunca he olvidado a aquel adolescente,
menudo y ojeroso,
cuyo nombre no supe ni sabré,
aunque he sabido siempre por qué murió,
por qué en aquel instante me avergonzó estar vivo.
Hombre de la calle
Sí; tú lo sabes: hay un hombre; existe
un hombre que camina solo, ausente,
llevando mil preguntas en la mente
y un toro en la mirada que no embiste.
Lo sabes, lo sabías. Se resiste
el hombre de la calle, inútilmente,
a ser ave de paso, agua de fuente,
llama cautiva al viento que persiste.
El hombre vive y muere sin remedio.
Está siempre muriendo, siempre en medio,
sabiendo siempre que la vida abrasa.
El hombre de la calle, enfermo grave,
que es un trozo de tierra y que lo sabe.
Lo conoces. Es triste. A mí me pasa.
La amante
Habitas las estancias de la casa
incorpórea y sutil, todo lo llenas.
Quisiera encadenarte y me encadenas.
Eres, al tiempo, hielo y eres brasa.
Hiciste hermoso ayer lo que hoy me arrasa.
Me salvas tanto como me condenas.
Te persigo y escapas. Gozo apenas
La leve sombra que en tu paso pasa.
Te alejas y regresas, misteriosa;
loco de celos, ya no sé si existes;
te requiero, y susurras: todavía.
Tiránica, inconstante, poderosa,
esclava y dueña de mis horas tristes.
Amante caprichosa, infiel Poesía.
Juan Van-Halen
Poetas de hoy
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