Revista Farmacéuticos - Nº 422 - Diciembre 2016 - page 53

FARMACÉUTICOS N.º 422 -
Diciembre
2016
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ARTÍCULO CON FIRMA
V
er la luz y, aún en mantillas, sentir el embrujo de Sevilla.
Dar a luz. ¿Habrá expresión más hermosa para anunciar
la vida? Abrir los ojos en una ciudad donde el río baja
dorado porque el sol, vanidoso, en él se mira. El mismo
que ilumina y baña de claridad las palmas y los geranios
de los balcones y llena de romero y azahar los rincones. Un lugar
donde los murmullos del agua cercana acunaron los días primeros
del ultimo vástago nacido de Gaspar Esteban y María Pérez: Bar-
tolomé Esteban Murillo. Nacido en 1617, fue bautizado en la igle-
sia medieval de la Magdalena y pasó toda su
vida en la ciudad hispalense.Y la luz de Sevi-
lla, coqueta, se filtró hasta lo más recóndi-
to de su ser. Aquel chiquillo aún no lo sabía,
pero sus pequeñas manos ya ansiaban coger
los pinceles para poder plasmarla en los lien-
zos. Capturar la luz. Sí. Apresar ese fenóme-
no cuántico que es a la vez onda y partícula.
Newton la definió como partículas de dis-
tintos colores. Huygens, como una onda, y
Planck y Einstein le confirieron su dimensión
cuántica. Físicos, ópticos, astrónomos y artis-
tas han considerado la luz como algo miste-
rioso, símbolo universal del espíritu. Murillo
supo ver la luz de su ciudad natal en una épo-
ca en la que las naos ya no paseaban la fortu-
na de las Indias y el oro brillaba menos por-
que el próspero comercio con las colonias era
cada vez más débil. Era Sevilla entonces una
ciudad de contrastes que en la segunda mitad
del siglo XVII sufre una serie de calamida-
des: pestes, sequías, inundaciones y desórde-
nes sociales. Altas tapias, plazuelas y calle-
juelas; conventos, iglesias y casas palacios; la inmensa catedral
con su Giralda; la Torre ochavada y el puente de barcas sobre el río
para llegar a Triana conformaban el paisaje donde el jovenMurillo
pasó su mocedad soñando con “hacer las Américas”. Aunque su
padre era cirujano barbero y por tanto de discreta fortuna, en ese
escenario pudo conocer la vida de pobreza y mendicidad que se
refleja en sus obras costumbristas: los maravillosos lienzos como
Niños comiendo uvas y melón
o
Niños comiendo de una tarte-
ra
son un claro ejemplo. Sus niños suelen ser golfillos, pícaros y
vagabundos en los que se observa el profundo conocimiento del
pintor de los sentimientos infantiles. No podemos olvidar que per-
teneció a una familia numerosa. Quedó huérfano a los nueve años
haciéndose cargo de él su tíaAna. Posteriormente, entró de apren-
diz en el taller de su primo Juan del Castillo. Casó con Beatriz
Cabrera Sotomayor, con la que tuvo once hijos. Cuentan que una
semana antes de la boda, la novia dio lo que en Sevilla llaman “la
espantá”, aunque al final todo tuvo un final feliz. Vinculado emo-
cionalmente a su localidad, supo entender las vicisitudes por las
que pasaban las clases populares, lo que motivó numerosos encar-
gos de temática religiosa: entre ellos hay que destacar los realiza-
dos por los frailes Capuchinos de Sevilla, los Venerables o Santa
María la Blanca. Para el Hospital de la Santa Caridad, por comi-
sión de Miguel Mañara, pintó una serie de cuadros que descri-
ben las obras de misericordia y la necesidad de ejercer la caridad
a pobres y enfermos. Su paleta, llena de luz, delicadeza y ternura,
supo llevar esperanza y consuelo a los desamparados.
Rompe el blanco de un lienzo la primera pincelada. Capas
de color sobre blanco de plomo: bermellón, lapislázuli, laca
roja, malaquita, esmalte azul. Azul purísimo para el manto que
cubrirá a “La Sin Pecado Concebida”. Querubines, palmas y
flores envuelven a quien, sobre la media luna plateada, reina.
Angelotes y amorcillos revolotean en los cuadros y parecen
cantar salves a la “Flor de pureza, de cabellos de oro y sonrosa-
das mejillas”. Las representaciones de la Inmaculada Concep-
ción fueron uno de los temas más habituales entre los artistas
del Siglo de Oro: Velázquez, Zurbarán, Ribera, Valdés Leal y
Herrera. El más significativo es sin lugar a dudas Murillo, que
pintó cerca de veinte Inmaculadas. Hay que tener en cuenta que
en Sevilla el culto a la Inmaculada cobró
un especial impulso durante el siglo
XVII, aunque el dogma no se proclamó
hasta dos siglos después (8 de diciem-
bre de 1854). Es Patrona de España y de
la Farmacia. La fecha de la proclama-
ción del dogma coincidió con los inicios
de la Farmacia como carrera universita-
ria. En 1855 se aprobó la Ley de Sani-
dad donde se estipulaba de forma tajante
y explícita que solamente los farmacéu-
ticos que ejercían con arreglo a la legis-
lación podían expender medicamentos.
Reinaba Isabel II y los farmacéuticos,
al recibir el título, una vez finalizada la
carrera, hacían un juramento sobre los
Evangelios jurando fidelidad a la rei-
na y “sostener el dogma de la Inmacu-
lada Concepción de María Santísima”.
Para simbolizar la pureza y limpieza de
los medicamentos que iban a elaborar se
les entregaban unos guantes blancos y
un anillo como alianza con la profesión.
Era un acto festivo no exento de solemnidad. En la actualidad,
el día de la Patrona se celebra en las Facultades de Farmacia y
en los Colegios Farmacéuticos. Es un día de hermandad, un día
para el encuentro. Una celebración en la que se suelen entre-
gar las distinciones y reconocimientos, según los reglamentos
de cada corporación. Entrañables actos en los que se galardo-
na a aquellos farmacéuticos que han destacado con su labor al
engrandecimiento de la profesión. Cédulas de colegiación a los
nuevos colegiados, medallas de oro y plata conmemorativas a
los 25 o 50 años de colegiación, insignias o premios se repar-
ten por toda la geografía hispano-farmacéutica. En las Faculta-
des es costumbre la lectura de la memoria académica del año y
la entrega de Diplomas acreditativos e insignias a nuevos doc-
tores. Todos estos actos se suelen acompañar de conferencias,
lecciones magistrales, pregones o conciertos que tienen su cul-
minación con una gran cena de confraternidad.
Se va abriendo paso la luz del Barroco por los callejones del
barrio de Santa Cruz, donde el genio Murillo cerró sus ojos por
última vez. La luz de sus lienzos permanecerá junto al incienso.
Ataviada de azul bailará con los Seises. Se reflejará en los ojos de
los nazarenos y en las perlas de sudor de los costaleros. Rezará en
las candelas rocieras y soñará vestirse de abril por primavera. Se
instalará para siempre entre las jacarandas y los naranjos en flor
de unos jardines, que llaman de Murillo, donde de vez en cuando
resuenan aquellos acordes por sevillanas...
“Si Murillo viviese, mi
arma, ¿que pintaría?
María del Mar Sánchez Cobos
Farmacéutica
Ver la luz en Sevilla
©Museo Nacional del Prado
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