Revista Farmacéuticos - Nº 131 - octubre/diciembre 2018 - page 47

POETAS DE HOY
A MODO DE ISLA
Y tú también, desnuda y aún dormida,
si alargo la mañana y con la mano
desciendo hasta ese cuerpo cotidiano
por el que olvido todo (hasta la huida).
Tú, en el sofá, despierta y ya vestida,
cuando te pones seria y, siempre en vano,
pretendes demostrarme que es muy sano
tomar algo de fruta en la comida.
O de cualquier manera: complaciente
si vuelves del trabajo y sin aviso
te cuelgo del cuello un "
I love you
"
y te hablo de un poema de Valente
o sales de la ducha y por el piso
busco un lugar de gotas de agua.Tú.
SOLAR
Donde crece la nada hay siempre aslgo
(un espacio que aguarda,
sus paredes de niebla)
con que empezar a ser, con que empezarse
la edad por el tejado, como el niño
que saca a solas sus juguetes,
coge unas piezas, las encaja,
y va poniendo puertas y construye
castillos en la alfombra del salón.
Asdí
uno llega a la vida y reconoce
la luz que no se sabe, la estatura
precisa para el sueño y sus andamios;
uno llega
(cargado de herramientas que no sirven)
al centro de un solar de las afueras
de todas las palabras y parece
recordar esa imagen
borrosa y empañada
como un sábado roto por la lluvia.
Porque ser
(su asmática presión, su noche plena
de sexo y reúma)
no es más que alguna consecuencia
del vino y la resaca de los bares
que nunca conocimos, cuando el tiempo
no era una mancha oscura en la camisa
calando hasta los poros
ni la yema de un dedo que dejaba
tinta de fecha sobre un folio en blanco.
PUERTO CERRADO
Los viejos,
como esos barcos que una vez vinieron
y ahora nadie recuerda,
se sientan diariamente en la memoria
de unos bancos de hierro: miran
continuamente en el reloj; esperan
a ver si el tiempo se les hace tarde
y alguien piensa en buscarlos.
Más adentro
la ciudad resucita cada "night club"
y un paisaje de viernes con desnudo
pone en los ojos de los chicos vírgenes
un rubor necesario.
Pero volvamos hacia el puerto.
Digo
que allí quedan las cosas, las maletas
vacías, la costumbre de las manos
y unas palabras con amor de entonces.
Como en los astilleros,
el agua tiene un gesto de cansancio
y una extraña quietud inhabitable
lleva a la altura de los pasos húmedos
un ensayo de niebla.
(Es
el territorio de la noche, el rastro
de su inmediata lejanía)
A veces,
escondido en lo oscuro, alguien advieerte
la presencia de un barco, el movimiento
monótono de un mar aparecido.
Y los niños,
y los hombres que ya nada recuerdan
andan por la ciudad, andan e ignoran
que en ese puerto atracan ya hace tiempo
en soledad los viejos su naufragio.
Javier Cano
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Pliegos de Rebotica
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